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Un novelista supremo

 

Alfred Döblin regresa a las librerías españolas con una obra mayor: la trilogía  Noviembre de 1918. La leí en francés hace bastante tiempo, y me deslumbró por su realismo severo y de doble filo, que acentuaba el sentido crítico de la obra más monumental de Döblin, pero no la más revolucionaria.

Confieso que estoy hablando de uno de mis novelistas preferidos. Lo admiro como escritor y como persona, y alabo que hasta el final de sus días fuese tremendamente crítico con Alemania y sus gigantescas mentiras enterradas bajo toneladas de cadáveres. Su propio hijo había fallecido en la Primera Guerra Mundial defendiendo las ambiciones del káiser.

Döblin nunca le había dado importancia a su procedencia judía, y como Husserl, era un hombre que apostaba por la ciudadanía netamente europea y alemana, por encima de su condición judía, hasta que le cayó encima la maldición gamada. Tuvo que huir a Estados Unidos, cuando regresó a Alemania tras la guerra, se encontró con la sorpresa de que los editores alemanes no querían publicar su última novela, Hamlet, por considerarla "demasiado deprimente". Curiosamente, esos editores eran, todos ellos, viejos nazis, y Döblin lo sabía, sabía que aquellos señores que lo acusaban de escritor deprimente eran en sí mismos lo más deprimente que uno podía imaginar. Conviene recordar que también el editor de Lowry le acusó de haber escrito una novela "demasiado deprimente": Bajo el Volcán.

Tengo la certeza de que su obra maestra, Berlín-Alexanderplatz, es la novela más moderna del siglo XX, y me pregunto si su modernidad ha sido superada. La novela introdujo una multiplicidad de puntos de vista de carácter fulminante antes nunca vistos, e inventó de paso lo que se podría llamar novela molecular, concebida a partir de moléculas (o breves elementos narrativos que se van juntando y formando estructuras más densas). Curiosamente, Döblin era médico, y concibió su novela como una especie de organismo vivo, de movimientos vertiginosos y oscilantes. Toda la novela tiene un aire de ruidosa fanfarria también desconocido hasta entonces (en ese sentido es una novela jazzística), e introduce el concepto "distanciamiento irónico". Muchos creen que fue un concepto concebido por Brecht, pero lo inventó Döblin. El mismo Brecht lo reconoció y confesó que "le había sido de mucha utilidad".

Todo lo que escribió Döblin me interesa, y más de la mitad de su obra la he tenido que leer en francés, pues durante bastante tiempo las únicas novelas accesibles en español de este singular y asombroso novelista eran Berlín-Alexanderplatz, que apareció por primera vez en España en los primeros años 30 del siglo pasado, poco después de su publicación en Alemania, y Hamlet.

Es sabido que Fassbinder hizo una serie televisiva sobre Berlín-Alexanderplatz, que da una versión muy falsa y empobrecida del texto. La novela de Döblin está llena de movimiento, como los cuadros futuristas que le sirvieron de inspiración, y la serie de Fassbinder es tremendamente estática y teatral.

También le sirvió de inspiración a Döblin una novela presuntamente francesa titulada Le diable boiteux. Döblin nunca supo que se trataba de una versión, adaptada a las costumbres francesas,  de la novela española El diablo cojuelo, de Vélez de Guevara. En el primer capítulo de El diablo cojuelo vemos una visión panorámica de Madrid, que aparece ante los ojos de los personajes como un mándala gigantesco en el que se están desplegando al mismo tiempo todos los vicios. Esa visión total de una ciudad representó para Döblin la iluminación que dio origen a Berlín-Alexanderplatz, y es una prueba más de que la literatura es un laberinto de vasos comunicantes.

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30 de septiembre de 2014
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