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Jake Heggie

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Dead Man Walking: ópera, cine y activismo contra la pena de muerte

1.       1. “Que sea una historia de redención”

Cuando el joven compositor Jake Heggie y el veterano dramaturgo Terrence McNally pidieron permiso a la hermana Helen Prejean para transformar su exitoso libro Dead Man Walking en una ópera, ella sólo puso una condición: “Que sea una historia de redención”. A la salvación de las almas de los presos había dedicado esta monja católica de Luisiana toda su vida, y en los últimos 30 años se convirtió en una elocuente crítica de la pena de muerte en su país.

En ese entonces, a finales del siglo pasado, ni Heggie ni McNally habían creado ninguna ópera. McNally era un dramaturgo y libretista de éxitos de Broadway como El beso de la mujer araña, The Full Monty y Ragtime, mientras que el jovencísimo aspirante a compositor full-time trabajaba en el departamento de relaciones públicas de la Ópera de San Francisco (SFO).

Nada de esto preocupó a la religiosa. Ella quería que el producto resultante, como la película del mismo nombre que ganó cinco Oscars en 1995, hablara de la posibilidad de encontrar salvación, paz interior y perdón en un alma perdida, insensible, violenta.

La idea de unir a Heggie y McNally fue del jefe del primero, el director general de la SFO, Lofti Mansouri. En un texto incluido en el programa de mano del Teatro Real, McNally dice que esperaba a un compositor hecho y derecho, aunque no había escuchado una sola nota de su música. Pero “la realidad terminó siendo muy distinta. Ante mi puerta se presentó una persona que parecía recién salida del instituto. Quería hacer una ópera a partir de cierta película fin de siècle de René Clair que, una vez vista, me dio la impresión de tener aún menos potencial del que pensé cuando él me la describió con luminoso entusiasmo. Sin embargo, Jake se aferró a su idea. ‘Ah, ya veo’, me dije a mí mismo, entendiéndolo. ‘El compositor y yo tenemos que ponernos de acuerdo en el tema de la ópera primero’.”

Entonces McNally propuso Dead Man Walking, que para él tenía un enorme potencial porque toca un tema esencial en lo ético, espiritual, político, social y cultural: la pena de muerte, y porque lo hace sin maniqueísmos. Busca mostrar la crueldad, inhumanidad y horror de la pena de muerte no usando el caso de un inocente o alguien acusado de un crimen menor.

Parece decir: si en verdad estamos discutiendo la pena de muerte, pongamos sobre la mesa el caso de un criminal abominable. Si alguien como Joseph DeRocher (mirémoslo) merece vivir, todos lo merecen. En la primera escena, debería recrearse crudamente el crimen cometido por Joseph DeRocher: el espantoso asesinato de dos adolescentes. Es culpable, claramente, aunque en todo momento clama su inocencia. Y en cierto momento la hermana Prejean, su asesora espiritual, ya no clama por evitar su ejecución sino que busca su redención, su salvación: que confiese y acepte su crimen y muera sin odios.    

  2. "Contemporánea e intemporal; americana y universal”

A diferencia de la mayoría de las óperas contemporáneas, Dead Man Walking busca desde la melodía, la tonalidad tradicional, la armonía reconocible, una identidad musical en la voz de cada personaje. Es genuino teatro musical, donde la escritura vocal define, otorga espesor y ayuda a empatizar con cada personaje, como sucede en las óperas de Mozart, Verdi o Wagner.  Por eso es una ópera que conmueve, emociona, sacude. La escena del enfrentamiento entre la madre del asesino y los familiares de sus víctimas es logro dramático. Podemos entender al mismo tiempo el sufrimiento y las razones de ambos. Por su parte, la voz del convicto, casi siempre un recitativo cercano a las inflexiones del habla natural, permite entender su miedo, su confusión, su eventual transformación.   

En una reciente entrevista con la revista Scherzo, Heggie explica que la idea lo atrapó desde el momento en que McNally lo propuso, porque “es contemporánea y al mismo tiempo intemporal; muy americana y a la vez universal; trata de algunos de los más importantes trayectos emocionales que podemos emprender los seres humanos: la vida, la muerte, la redención, la venganza, el perdón.”

Tal vez por esto y por la calidad de la partitura y el libreto es que esta que levanta el telón en Madrid es la puesta número 60 en los 18 años que pasaron desde su estreno, algo absolutamente inusual para una ópera contemporánea.

La que se verá en el Real no es la producción original de San Francisco, de Joe Mantello. Será la más difundida, con puesta en escena de Leonardo Foglia, comisionada por la Lyric Opera de Chicago y otros seis teatros norteamericanos, y que ya pasó por varios escenarios europeos. La protagonista, la mezzosoprano Joyce DiDonato, es la más aclamada intérprete de la hermana Prejean en la actualidad. 

Al celebrar esta nueva representación y el estreno de su primera ópera en España, Heggie dice: “El viaje continúa y el diálogo se intensifica según se plantea la difícil pregunta central de la historia, pregunta que ha acompañado toda la historia del ser humano: ¿estamos a favor de la venganza o del perdón?”

 3.      El cine, fuente principal de la ópera del siglo XXI

Si bien Dead Man Walking tiene su origen en el libro de memorias de Helen Prejean, claramente una parte de su interés y éxito lo debe a la película de 1995 del mismo nombre dirigida por Tim Robbins con actuaciones estelares de Susan Sarandon como la hermana Prejean y Sean Penn como el convicto DeRocher. Los tres ganaron Oscars, junto con Bruce Springsteen por el lento, hipnótico blues Dead Man Walking

¿Cómo llegamos a óperas basadas en películas?

En los comienzos de la ópera barroca, los temas y las historias venían de los mitos y la historia de Grecia y Roma (Orfeo, la Odisea, Julio César). Luego se basaron en poemas épicos y obras de teatro clásico: muchas óperas románticas tienen su origen en obras de Shakespeare, Goethe y Schiller (Otello, Fausto, María Estuardo). El siglo XX encontró mucha de su inspiración en las novelas de la época (La guerra y la paz, Muerte en Venecia, Manon Lescaut). 

En estas dos primeras décadas del siglo XXI la búsqueda de argumentos de los compositores y libretistas de ópera parece dirigirse al arte más popular del siglo pasado: el cine. Los teatros de ópera (sobre todo de Estados Unidos) encargan o están dispuestos a financiar y poner en escena nuevas obras cuyo argumento el espectador ya conoce. Una de las primeras fue precisamente Dead Man Walking, encargo de la Ópera de San Francisco en 2000. 

El famoso crítico Norman Lebrecht sitúa otras dos óperas basadas en películas entre las que considera las diez mejores compuestas en lo que va del siglo XXI. En esa lista figura, a propósito, otra ópera de Heggie: The Great Scott, una reflexión sobre el lugar de la ópera y el arte en la sociedad actual. 

En su lista Lebrecht coloca tercera a Il Postino (2010), del fallecido compositor mexicano Daniel Catán. Está claro que esta ópera sobre la relación de Pablo Neruda y el joven cartero inculto pero sensible a quien el poeta introduce en el arte de la seducción por las palabras no se basa en la novela original, Ardiente paciencia de Antonio Skármeta, sino en la película de Michael Radford y su título en italiano.

Y en octavo puesto, menciona Cold Mountain (2015), obra de Jennifer Higdon basada en la película del mismo nombre de Anthony Minghella, nominada a cinco Oscars.

En la época más vanguardista del Teatro Real, bajo la dirección artística de Gerard Mortier, se estrenó Brokeback Mountain, una ópera de Charles Wourinen originada en un cuento breve de Annie Proulx (autora también del libreto) pero sobre todo base de la exquisita película de Ang Lee con Heath Ledger y Jake Gyllenhaal.

Y en su última y exitosa ópera, Jake Heggie vuelve al cine: es una adaptación de It’s a Wonderful Life (¡Qué bello es vivir!), el clásico de 1946 de Frank Capra.

¿Se está convirtiendo el cine en la fuente principal de argumentos, glamour y entrada a un nuevo público para la ópera de este siglo?

Es muy probable. Incluso no sería extraño que pronto viéramos óperas basadas en las series de moda, que están reemplazando a las películas de Hollywood en la imaginación popular. ¿Óperas de Mad Men, Los Sopranos, House of Cards, Juego de Tronos? Yo ya me estoy imaginando una versión lírica de The Walking Dead con zombies cantando arias y coros en los grandes escenarios de la ópera…

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21 de enero de 2018
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Dos vaqueros dodecafónicos: Brokeback Mountain (the opera) se estrena en Madrid

Una historia impactante (dos rudos vaqueros de Wyoming se enamoran y la tragedia los envuelve) migra del cuento a la pantalla y finalmente a la ópera. ¿Qué le aporta, qué le quita, a qué la obliga cada medio y cada género? El martes 28 se estrena en Madrid una Brokeback Mountain lírica. Allí estaré, lo contaré en Opera News y después les diré qué me pareció. Por ahora, quiero compartir este ensayo que publiqué ayer en La Vanguardia.

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Primero fue un cuento publicado en 1997 en la revista The New Yorker. Annie Proulx, ganadora del Pulitzer por su novela The Shipping News, contaba en 24 páginas y con un estilo naturalista la historia de dos vaqueros pobres de Wyoming, lacónicos y sin estudios, obligados a compartir la desolación de una montaña de impactante belleza, Brokeback Mountain, pastando ovejas y protegiéndolas de los coyotes. En 1963, en ese aislamiento y sin las armas verbales para expresar sus sentimientos, Ennis del Mar y Jack Twist caen perdidamente enamorados. En los 20 años siguientes, ambos se casan y tienen hijos, pero salen cuando pueden en excursiones “de pesca”, hasta que uno de ellos muere en extrañas circunstancias.

En las páginas de Proulx el relato fluye natural, con el peso de lo inevitable. Su maestría en la recreación de la forma de hablar y de callar de estos personajes rudos y sensibles hizo que el cuento fuera muy elogiado. No es una reivindicación de los derechos o el orgullo de los gays: es la tragedia callada de dos personas para quienes vivir separadas es un martirio.

La mayoría de los lectores conocerá la historia por su siguiente reencarnación: Larry McMurty y Dianna Ossana escribieron un guion cinematográfico precioso, que daba al cuento alas de novela. Los personajes menores crecen: las esposas de Jack y de Ennis se convierten en nuevas víctimas del drama. Todo lo que se sugiere o se menciona en las breves páginas del cuento se hace escena en el guion.

Pero los estudios de Hollywood dudaban: los cowboys del Oeste son el último reducto de la vieja masculinidad. Finalmente, Ang Lee filma Brokeback Mountain en 2005, y los jóvenes actores Heath Ledger y Jake Gyllenhaal dan vida a estos trabajadores abrumados por su pasión. La película ganó tres Oscars y fue un éxito perdurable.

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¿Por qué una ópera sobre esta historia a primera vista tan ajena a los salones y oropeles del mundo lírico? Esto tiene que ver con el creciente diálogo de los compositores y los teatros norteamericanos a su propio acervo cultural y la cultura popular. Hace unos años John Adams estrenó Doctor Atomic, sobre el dilema moral del creador de la bomba atómica Robert Oppenheimer. Después entró  la ópera como un huracán deslenguado un personaje salido de los reality shows: Anna Nicole Smith (Anna Nicole, de Mark-Anthony Turnage). En el siglo XXI se han estrenado óperas sobre Moby Dick (Jake Heggie) y Un tranvía llamado deseo (André Previn). Y está creciendo la “moda” de usar como material original guiones de película, como hará Thomas Adès con El ángel exterminador de Luis Buñuel. Su ópera se verá en el Metropolitan de Nueva York en 2017.       

No se puede decir que Brokeback Mountain sea una ópera basada en una película. Hay una línea directa del cuento al libreto operístico, porque éste es obra de la misma autora del relato original, Annie Proulx. A primera vista su texto no tiene nada que ver con los tradicionales libretos de ópera: muchos de los diálogos vienen directamente del cuento, y conservan la brusquedad y los sobreentendidos del habla popular de su paisaje rural primigenio.

Pero en una ópera los sentimientos no pueden ser descritos ni puede confiarse en movimientos de cámara y primeros planos para expresar sentimientos: es otra gramática. Por eso, curiosamente, el libreto de la propia autora se aleja más de la primacía de lo “no dicho” que el guion del film. Los cowboys monologan consigo mismos y se cantan “te amo”. Estas cosas no suceden en las dos encarnaciones anteriores de la historia, donde todo es más callado, más para adentro.   

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Cuando nombraron a Gerard Mortier director artístico de la New York City Opera en 2007, encargó varios proyectos para hacer al teatro dialogar con la cultura de su tiempo. No llegó a tomar posesión del cargo por oponerse al recorte de fondos, y cuando en 2010 el Teatro Real lo fichó, trajo algunos de esos proyectos a Madrid. El año pasado el coliseo de la capital estrenó The Perfect American, sobre la vida de Walt  Disney, de Philip Glass.

Brokeback Mountain la ópera es obra de un compositor neoyorquino poco conocido en Europa pero de larga trayectoria en su país: Charles Wuorinen. Se lo considera un dodecafónico estricto, más en la línea de la música académica y abstracta de Arnold Schönberg e Igor Stravinsky que en el el diálogo con la música popular norteamericana. De sus 350 obras, la mayoría son de cámara o para pequeños grupos orquestales. Su única ópera anterior, Haroun y el mar de historias, basado en la novela de Salman Rushdie, se vió en la New York City Opera en 2004.  

Este estreno madrileño estará a cargo del director musical Titus Engel y el director de escena Ivo van Hove, con una importante contribución en video para recrear el paisaje montañoso y agreste que late en el cuento y se come la pantalla de cine.

Y así, en su tercera reencarnación, Jack Twist y Ennis del Mar (un barítono y un tenor) se volverán personajes de ópera y se alternarán en el escenario del Real con otra pareja de sufridores de un amor imposible: el Tristan y la Isolda de Richard Wagner.  

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23 de enero de 2014
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