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Hugo Passarello

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Un regalo inesperado

Todavía no sé por qué merecí este regalo. Nunca había visto a Hugo Passarello Luna, el creativo y generoso fotoperiodista argentino radicado en París. Ni siquiera recuerdo cómo fue que nos hicimos amigos en Facebook. Pero un día me envió por esa vía un mensaje misterioso: quería mandarme una caja, un regalo, una sorpresa. Me pedía mi dirección postal.

Unos pocos días más tarde me llegó un presente hermoso e inesperado: era una cajita de cartón atada con un cordel. Adentro, cintas de papel mullido guardaban las joyas delicadas: una tiza y una piedrita.

¿Una tiza y una piedrita? ¿Para qué pueden servir estos simples adminículos? Obvio: para jugar a la Rayuela. Acompañaban a la caja una pequeña selección de sobres con postales: eran los retratos de unos 70 ávidos lectores de la obra maestra de Julio Cortázar, la novela-río Rayuela publicada en 1963, que se abre como un delta o estuario de múltiples caminos y direcciones.

Yo, que nací unos meses antes que la novela, pasé de mis lecturas de adolescente a las de joven adulto siguiendo a Horacio Oliveira y a la Maga por las calles, las plazas, las bohardillas y los puentes de París. Rayuela es como nosotros, los argentinos: mezcla ideas complejas con sentimientos simples, una deslumbrante retórica y una profunda cultura universal con sentimientos desgarrados y primarios.

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 “¿Por qué Cortázar hoy?”, se pregunta Passarello en la exquisita página web de su proyecto (http://www.hugopassarello.com/rayuela/projet_es.html).

Y se contesta: “El 2014 es un año Cortazariano: se cumplen 100 años de su nacimiento y 30 de su muerte. Quise unirme a la ola de celebraciones y hacer un reportaje para descubrir a sus lectores y a la ciudad donde escribió gran parte de sus obras.

“Pero ¿cómo hacer un trabajo periodístico inesperado sobre un narrador de historias inesperadas? ¿Cómo evitar repetirse haciendo siempre las mismas entrevistas y los mismos artículos, recorriendo una y otra vez los mismos ángulos? Intenté una respuesta apoyando la narración sobre tres ejes: visual, lúdica y participativa.”

Passarello tardó un año (de mediados de 2013 a mediados de 2014) en juntar a los setenta voluntarios, hacerlos cómplices del proyecto, y armar un mapa tripartito del mítico París del Cronopio Mayor: Los personajes (escritores, artistas plásticos,  músicos, estudiosos de la literatura, las artes y la historia de ambas orillas del Sena y del Atlántico) eligieron un fragmento de Rayuela donde se menciona un rincón de París.

En las postales, por el lado B aparece el fragmento en cuestión junto con un texto donde el personaje explica por qué lo eligió y qué significa para ella o para él.

Del lado A de cada postal, Hugo Passarello les hace un retrato en el sitio elegido: la novelista Luisa Valenzuela en el Café au Chien qui Fume; el dibujante Rep en la Rue Danton; el bailarín de tango Coco Díaz en la Rue de Tombe Issoire; el pintor Rubén Alterio en el Café de la Paix; el periodista francés Rafaël Proust en la Rue Hermel; la mimo española María Cadenas en el Pont Marie; Mario Goloboff, biógrafo de Cortázar, en la Madeleine.

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¿Por qué? Cada lector tiene su razón. Alberto Manguel quiso posar en la esquina en la que Cortázar empezó a mostrarle su París. Otros buscaron lugares donde pasan cosas que les son cercanas en el libro. Unos más, sitios que les gustan, les importan, les afectan de la ciudad de ciudades.

Miguel Vitagliano posa con cara de pregunta y las manos en los bolsillos de unos vaqueros ajados frente a la estación de Saint-Lazare.

En la cara B de la postal, un fragmento del Capítulo 19 de Rayuela: “Oliveira cebó otro mate. Había que cuidar la yerba, en París costaba quinientos francos el kilo en las farmacias y era una yerba perfectamente asquerosa que droguería de la estación de Saint-Lazare vendía con la vistosa calificación de ‘magé sauvage, cueilli par les indiens’, diurética, antibiótica y emoliente”.

Al lado de esta cita, el texto de Vitigliano: “La primera vez que leí Rayuela el hábito del mate me resultaba una costumbre ajena; lo mismo seguí pensando a lo largo de sucesivos encuentros con la novela a través de los años. El episodio del capítulo 19 siempre se me cayó del recuerdo, no estaba entre los más vistosos. Quizá por eso elegí ese lugar, para no olvidar lo que se olvida.”

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Para no olvidar, Julio Silva, el gran amigo de Cortázar, eligió el único lugar que no figura en Rayuela: la tumba del escritor en el cementerio de Montparnasse. Pero se está yendo; aparece de espaldas, apoyado en un bastón.

¿Por qué este lugar?, le pregunta, como a todos, el fotógrafo. “Es un lugar que frecuento cuando la nostalgia se ampara de mis recuerdos.”

¡Muchas, muchísimas gracias, Hugo! Estoy tan orgulloso y feliz por tener la caja número 51, con mi tiza y mi piedrita. Todavía no la tiré pero siento que estoy un poco más cerca del cielo y más lejos de la tierra. 

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1 de marzo de 2015
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