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Goebbels

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Posverdad y podredumbre

Los poderes de la mentira los deja claros la posverdad.

Empezamos a mentir en la infancia, y sobre todo cuando comenzamos a interpretar nuestra propia vida infantil en términos fantásticos. Adam Phillips dice que el niño miente porque cree que esas mentiras “tácticas” le confieren un poder (aunque así sea un poder imaginario).

A menudo nos mienten para gobernarnos mejor, para obtener (o mantener) un poder sobre nosotros.

Descartes decía que no nos fiásemos de los que nos han engañado una vez. ¿Y los que nos han engañado cien veces? Han buscado cien veces gobernarnos.

Alguien dirá: la mentira es esencial en la conducta humana. A través de la mentira el niño va siendo consciente de su propio ser. La mentira lo amuralla y le va dando consistencia a su yo.

Cierto, pero el yo es siempre un miserable que solo vive de miseria, que se alimenta de ella continuamente.

En el mundo de neologismos en el que vivimos, donde ya no cabe ninguna forma de trasparencia, ninguna forma de claridad, ya no hablamos de mentiras, hablamos de la posverdad, como nadie ignora desde hace algún tiempo. El significado que muestra y oculta ese palabro es bien simple y brutal y lo mejor es formularlo de manera paradójica: a la hora de la verdad, la mentira convence más que la verdad, porque es más degradante y compulsiva. Y vivimos en una sociedad degradante y compulsiva, que acepta mucho mejor lo que le es afín y la refleja.

La llamada posverdad no es nada nuevo, ya que sigue varios de los principios de la propaganda según Goebbels. El principio de vulgarización: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar". 

 

Y el principio de verosimilitud: “Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sonda o de informaciones fragmentarias.”

 

 

 

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6 de febrero de 2017
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El arte de ganar y la ley de la idoneidad

Uno de los principios básicos de la propaganda según Goebbels es el principio de desfiguración, que consiste en “convertir cualquier anécdota del adversario, por pequeña que sea, en amenaza grave”.

Este principio va estrechamente unido al principio de omisión, que consiste en “acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y silenciar las noticias que favorecen al adversario, con la ayuda de medios afines.”

En España algunos partidos se han dedicado sistemáticamente a convertir pequeñas anécdotas de sus adversarios en amenazas de carácter casi apocalíptico, negándose a afrontar sus propios errores, a menudo descomunales. Y lo han hecho una y otra vez, con una insistencia tan estúpida que termina produciendo efectos indeseados. Cuando repites demasiado la misma sandez, acaba saliéndote el tiro por la culata. De ese principio tan básico se olvido Goebbels, como de otros muchos principios.

Los que se dedican a convertir anécdotas insignificantes del enemigo en amenazas demenciales o bien pierden las batallas o bien obtienen victorias pírricas.

Los famosos principios de Goebbels sólo funcionan de verdad en situaciones de opresión, donde para el opresor vale todo y puede desplegar a sus anchas todas las gamas de la mentira. Goebbels habla de la simplificación, de la desfiguración, de la vulgarización, de la desviación, del atavismo, de la unanimidad, pero se olvida de la idoneidad y de la oportunidad. A veces puede ser oportuna la repetición, pero a veces no, a veces puede ser oportuna la vulgarización, pero a veces no. Todo es tributario de la situación, en ese sentido todo político tendría que ser rigurosamente situacional y oportuno, que no es lo mismo que oportunista.

En lo que respecta a Goebbels, al no ordenar su teoría en torno a las leyes de la oportunidad y la idoneidad, todos sus principios no sirven para nada. Lo estamos viendo con una insistencia cruel.

Los nazis no triunfaron por sus alardes de propaganda rimbombante y kitsch. Los nazis triunfaron porque instauraron, ya desde antes de llegar al poder, el imperio del terror paramilitar y acallaron con sangre y tinieblas todas las bocas que se oponían a su sistema. Así triunfa hasta el más descerebrado.

No es inteligente basarse en ideas recibidas que no llevan a ninguna parte y apestan a miseria. En el teatro político se exige algo más que andar representando el monotema de la propia mezquindad, y es importante no olvidar que la generosidad es uno de los atributos de la inteligencia.

Los que lo basan todo en la omisión y la desfiguración, sólo consiguen desfigurarse a sí mismos, y de paso perder votos. La estrategia del embudo ni siquiera es recomendable cuando crees que todos los que te escuchan son unos obtusos.

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20 de junio de 2016
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