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Derivados humanos en la dieta de aves pirenaicas

Uno de los capítulos menos conocidos de la necrofagia a cargo de aves es el que atiende al consumo del cuerpo y de los residuos de la especie humana. La desconfianza del paisanaje y la discreción de las personas de nivel han hurtado a la ciencia, desde siempre, valiosas informaciones. Se relacionan a continuación algunos casos de esta variante trófica.

Barranco de Culivillas, Huesca, 1968. Dos prospecciones en busca de una planta, el raro caméfito rastrero Diphasiastrum alpinum, aportan curiosos datos no botánicos. En la primera prospección, estival, se atestigua, tras dos días de acampada, que la coprofagia del alimoche –Neophron percnopterus– incluye también excretas humanas. En la segunda, a finales de otoño, se puede observar como tres buitres leonados –Gyps fulvus– comen nieve ensangrentada, único elemento aprovechable de un montañero despeñado y pronto evacuado.

Barcelona, 1999. Residencia de ancianos. Visita a  J.A.D., de 88 años, natural del prepirineo leridano que cuenta que a su padre, fallecido en 1975, médico en un hospital del norte de la provincia, le dominaban dos pasiones, la anatomía y la ornitología de campo, lo que le llevaba a recoger las piezas amputadas para diseccionarlas y dibujarlas y luego echarlas en su finca donde las aves daban cuenta de ellas.

Ascara, Huesca, 1981. Charla con un vaquero de 70 años. Explica que a mediados de los cincuenta un grupo de gitanos se acercó al pueblo para preguntar si se había enterrado algún animal y que él mismo fue quien les enseñó el lugar donde haría un par de semanas habían sepultado una cerda. De golpe, mientras describía los detalles de la inhumación, señaló un sembrado y dijo: “Ahí sucedió una desgracia, Mariano, de casa  Tapón, tuvo que ir de vientre y estando agachado perdió el equilibrio y tuvo la mala suerte de hincarse la dalla  por el sieso, no sé si antes o después de deponer, esto no viene ahora al caso, y quedó desangrado bajando de seguida los ‘bueitres’ que le comieron las partes del cuerpo que estaban al aire”.  

Pardina de Saso Plano, Huesca, 2004. Según la prensa regional el único habitante de la pardina fue devorado por alimañas, igual que su perro. A la sazón sufriría un infarto cuando preparaba una lifara para agasajar a unos parientes que iban a visitarle. Una reconstrucción no especulativa de los hechos apunta a un derrumbe de Pedro Siguanes al trasegar pesados materiales bajo un sol de justicia, a un descenso de buitres leonados al cabo de unos días cuando el cadáver humano ya había sido ramoneado por córvidos, zorros y pequeños necrófagos, y a una ingestión paralela, a cargo de los mismos carroñeros, de los restos del perro, muerto ahorcado en su esfuerzo por liberarse de la cuerda con la que Siguanes lo tenía atado a un árbol. No debe extrañar que los parientes invitados no comparecieran si comprobamos, también en la prensa escrita, que esos días, en un accidente en la comarcal A 224 sucumbía el conductor de un turismo y quedaban heridos los otros tres ocupantes: el coche se empotró contra una arqueta de riego al quedar la dirección bloqueada por la extracción en marcha de la llave de contacto. Las personas que descubrieron los esqueletos de Siguanes y su perro, senderistas de elevado prestigio, declararon ante la Guardia Civil no haber hallado jamones ni embutidos en la bodega, por lo que se supone que fueron apañados por mamíferos carnívoros aprovechando que la puerta estaba abierta.

 

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6 de noviembre de 2016
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Fichero

  

Una limpieza a fondo del trastero de un apartamento hasta ahora vacío, y que va a ser arrendado para mitigar los estragos de la crisis, depara la siguiente sorpresa: caja de cartón conteniendo fichas de pacientes del consultorio de mi padre, ginecólogo dentista, en la calle Aribau, 191-193, 2º, 1ª, de Barcelona. Se trata de las historias clínicas de varios individuos de raza gitana, por lo que parece pacientes habituales, y cuyo elemento común, de gran poder sugerente para un observador no avezado, es la particular coloración de las encías que oscila entre un “negro azabache” y un “violento tornasolado”. Doy aquí algunos nombres con sus notas correspondientes, que, lógicamente, no incluyen domicilio dada la condición errática de esta clientela. Omito dolencias y fechas.     

 

Tomás, Conde de Egipto el Chico. Fechicero. Llega, la primera vez, arropado por una comitiva de caldereros. Vienen en camello. En visitas posteriores, y ante nuestro ruego, reduce el número de familiares y simplifica el transporte. Paga entregando tazas de plata (cuatro), sedas y cabellos.

 

Conde Martín del Pequeño Egipto. Bohemiano. Preguntarle por el doliente episodio en el que le robaron dos perros en el pueblo de Alagón; le complace mi interés y rebaja el nivel de angustia ante el material de cirugía. Entrega, a cuenta, una cabalgadura.

 

Juan de León, momiano. Dócil. Abona lustrando útiles.

 

Pinto de Egipto, hijo del difunto Conde Andrés de Egipto y de su mujer Bellute de Egipto. Egipciano. Habla en algarabía y va en hábito de gitano. Paga en besamanos.

 

Bartolomé Micle, dice que aunque está exento de peajes va a pagar y paga 32 reales que lleva envueltos en el pañuelo de narices oculto en la faldriquera. 

 

Andrés Mixó y Pute, hijo de Pinto de Egipto. Xitano reconocido. Niega, en cambio, ser de nación navarra y hablar esa lengua. Muestra documento de no bellaquería y, desde luego, se comporta con galanura tanto con el equipo médico como con el servicio. Entrega un carnero fruto de legal trueque.  

 

Nuriya Pestiñó y Canalda, gitana catalana casada con Tomás Cleriquet y Fort. Habla jerigonza del gremio de usurpadores. Al ir a pagar le cae al suelo un papel, la sentencia que la condena a ser azotada 20 veces en lugar habitual de la ciudad de Huesca por andar de vagamunda criminosa y lucir artes de antinatura. Lleva oro. 

 

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26 de abril de 2016
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