Una violenta praxis ecologista llevó al autor de estas líneas a recoger, durante décadas, los plásticos, latas, vidrios y demás desechos humanos, no fácilmente degradables, de las lindes de los caminos, sendas y claros de bosque. Creía que estaba haciendo lo apropiado. Y no sabía que una violenta praxis esteticista, causa y motor de todos los movimientos naturalistas, estaba trabajando en contra de las especies vegetales y animales a las que, de modo encarnizado, tratábamos de conservar y proteger. Hoy, sé que las rezumantes latas de sardinas, los pegajosos envases de yogur, las compresas sucias, las cajetillas de tabaco reventadas, las bolsas de supermercado, las latas de refresco abiertas y los briques desprovistos de tapón, suponen un refugio incomparable y, a veces, una provechosa fuente de alimento para invertebrados y pequeños vertebrados así como una ayuda en la germinación y desarrollo de plantas y hongos. Ahora sólo queda reconsiderar, reeducar nuestra mirada, ver simetría, composición, cromatismo, armonía en suma, en la distribución azarosa de estos vertidos, reclamarlos para apreciar en todo su esplendor la margen del olivar, la acequia hortelana, el sendero que sube hacia la ermita dominguera o la orilla tortuosa del arroyo de montaña.
Se cumple ahora un año de la muerte de Bombillón. Bombillón el fotógrafo. El fotógrafo animalista del que conservo dos obras suyas, dos retratos estremecedores. El primero es un plano frontal de un alacrán cebollero, esa bestia menuda, vigorosa, que remeda a la perfección a un perro de presa y de la que Bombillón era admirador irreductible, en parte, según me dijo, porque gracias a ella consiguió el único notable en sus estudios al enumerar, en un examen de ciencias naturales en que se pedía citar un insecto ortóptero, varios de los nombres que recibe en nuestra patria: alacrán cebollero, cortón, grillo real, grillotalpa, y otros que ya no recuerdo. El segundo es terrible. Un caracol recién aplastado pero aún vivo es devorado por una gran babosa negra y una caracola, ese gasterópodo del que se acostumbra a encontrar su concha cónica vacía pero que rara vez se puede ver completo y menos en labores canibalísticas. Bombillón dejaba su alma en las imágenes. La soledad suicida del alacrán cebollero, salido de la cuneta herbosa tras la tormenta e inmortalizado en el punto en el que se dispone a cruzar la carretera, y la soledad indefensa del caracol de huerta con la cáscara hecha trizas y un resto de vida débil ofrecida a la voracidad de dos teóricos amigos de la familia, eran formas de su soledad. ¿Nos estará fotografiando, como nuevos animalejos, desde la soledad celeste?