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Bioy Casares

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El infierno de la repetición y la invención de Morel

Ahora vivimos bajo la galaxia de Borges, bajo el embrujo de sus juegos intelectuales y sus adjetivos arcaizantes, y la figura de Bioy Casares queda un poco en la sombra. Seguramente Bioy ya lo había previsto.

Nacido en 1914, como Octavio Paz y Borges, es algo más joven que los escritores de la generación del 27, y vivió de cerca y de lejos una época de grandes mutaciones literarias, que juzgaba con ironía y humor. Y así como hay escritores marcados por un sentimiento trágico de la vida (entre los que se hallarían Kierkegaard, Unamuno y el mismo Borges), los hay también marcados por el sentimiento cómico de la vida, y ahí estaría Bioy Casares para demostrarlo.

El humor que recorre toda su obra así como la naturaleza de sus personajes, en buena medida delirantes, no le hacen descuidar la trama y jamás se olvida de lo que significa contar y narrar. Sin embargo su preocupación por la narratividad (que comparte enteramente con Borges) no evita que Bioy Casases sea un gran innovador y se anticipe con sus novelas a escuelas que van a reinar después que él y al margen de él. Sirva como ejemplo su obra más conocida y emblemática: La invención de Morel, publicada en 1944. Detengámonos en aquel año: está a punto de acabar la Segunda Guerra Mundial y la escuela que impera y va a imperar hasta 1960 es el existencialismo. Tras las grandes construcciones novelescas de entreguerras, de marcado tono coral y “colectivo”, la literatura occidental se vio obligada a sumergirse en los abismos del yo y a intentar explicarse desde dentro la tragedia, operación que tenía mucho que ver con un examen de conciencia. Y La invención de Morel tiene algo de existencialista, en la medida que nos enfrenta a la soledad extrema de un naufrago en una isla desierta. ¿Desierta? No, en la isla parece haber gente que habla, que coquetea, que establece extraños juegos de seducción, y que repite una y otra vez las mismas frases y las mismas escenas. Para volverse loco.

Más tarde nos daremos cuenta de que la isla es, en sí misma, un generador de virtualidad debido a una máquina que se mueve con la energía de las mareas y que reproduce secuencias del pasado, con personajes del pasado, encerrados en una eternidad virtual y llena de repeticiones.

Decíamos que La invención de Morel tenía algo de existencialista, y lo tiene en su exploración explícita de la soledad, pero sobre todo tiene mucho de Nouveau roman, bastantes años antes de que el Nouveau roman apareciera.

Las repeticiones casi seriales que vamos a encontrar en Robbe-Grillet, en Michel Butor y en más de un escritor alemán de la misma época, están ya, anticipadas y desarrolladas con una gran maestría, en La invención de Morel. Pero hay una diferencia: las repeticiones en La invención de Morel no son una imposición más o menos artificial del autor en busca de una determinada estructura narrativa (como ocurre en Robbe-Grillet): son una necesidad, si tenemos en cuenta la trama de la novela y si advertimos en qué consiste la máquina inventada por Morel: una especie de ordenador primitivo y totalmente integrado en la naturaleza de la isla, que reproduce secuencias de vidas pasadas, siempre las mismas, naturalmente.

Dicho lo cual, hay que añadir una virtud más a la novela de Bioy: no sólo se anticipó al Nouveau roman, también se anticipó a este momento que estamos viviendo y en el que parecen cada vez más borrosas las fronteras entre materialidad y virtualidad, entre presente y pasado, entre pasado y futuro, entre el cuerpo y sus fantasmas, entre la realidad y el deseo, como ocurre todo el tiempo en La invención de Morel.

La eternidad fantasmal en la que viven algunos personajes en la isla de Morel es muy parecida a lo que es y va a ser la eternidad virtual. ¿Toda la aldea global es ya la invención de Morel?

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22 de septiembre de 2016
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