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Arquitectura

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Necrologías 5

 

No son frecuentes los casos de doble muerte y menos aún los de doble nacimiento. Por eso produce una rara sensación la confluencia de ambos casos en un mismo círculo familiar o productivo. Leemos en la prensa que ha fallecido John Updike y, al tratarse de una noticia de agencia, su exposición no difiere demasiado aunque acudamos a medios muy alejados geográficamente o incluso de opuesta ideología y dispar tirada. Esta podría ser una muestra tipo del artículo en cuestión:

"El novelista estadounidense John Updike –Reading, Pennsylvania, 1932-, cronista del desencanto vital de la América de clase media, ha fallecido a los 76 años, tras una larga lucha contra el cáncer de pulmón, según ha informado su editorial, Alfred A. Knopf, en The New York Times."

Una crónica, un encabezamiento de una crónica que no revela nada especial para un lector no atento. En cambio, para los fanáticos de la información y para los seguidores de lo más granado de la literatura del siglo XX, este obituario sí tiene un particular interés. En el año 1966 se escribe un informe titulado “Otelo” que, al cabo de un tiempo, aparece publicado en el volumen misceláneo La hora oval; Barcelona; Llibres de Sinera; colección Ocnos; 1971. Dice así:

 

La huida en el coche festivo y cálido junto a la mujer que amo.

Así es el comienzo de la historia que yo debiera relatar. Después contratiempos de toda índole ensombrecen el propósito y la historia se diluye.

En marzo con los bolsillos llenos de dinero fresco adquiero la casa y ella dirigiendo un ejército de obreros meticulosos dispone el marco de nuestra aventura. Desde el principio se establece un clima de amor y tranquilidad que ninguno conoce hasta ahora: permanecemos abrazados con los ojos indagando en la blancura del techo favorito; las tardes aún frías en la terraza que da al mar; y la noche embrionaria y olorosa que nos convierte en animales recién nacidos.

 La sospecha aparece con los últimos días de primavera: allí donde se oye cantar al hombre una necesidad de acudir y la intolerancia propia de estas ocasiones que él me robe la hembra yo no puedo tolerarlo y decido acabar con el intruso. Luego se dijo que no iba a eso pero no hay pruebas de nada que lo confirme —aunque tampoco que confirme lo contrario— y obro conforme a lo que se espera y despeño al odioso.

 La locura convierte en falsas las apreciaciones más íntimas y así me aseguran que cayó un muñeco ayer mañana desde el balcón del dormitorio al arenal que bordea la roca. Falso pues yo mismo asesiné a John Updike ya en trance de cohabitar con la débil Lucía. Pero si deciden no creerme les mostraré el cadáver. En este país hay indulto para este tipo de crímenes.

 Bajamos cogidos fuertemente. Las escaleras de pino enano se arquean flexibles bajo nuestro peso y sus brazos me rodean. Hay un tallo húmedo recorriendo mi espalda cuando su lengua traspone el umbral y su vientre de pez espada me roza. Ahora se separa un poco y recoge un montón de algo que se desparrama aún por mi cerebro. La víctima creo. Y nuestro automóvil se aleja de la mansión de mis sueños.

 

El autor de este documento, que adelanta 43 años el perecimiento del escritor norteamericano, firma con seudónimo y, navegando en la red gracias a la incomparable herramienta conocida como Google, descubrimos cuál es su filiación verdadera: se trata del agrimensor Carlos Sanders Variosaires fallecido en Cúcuta, Colombia, en 1973, cuyos biógrafos no parecen ponerse de acuerdo en una cuestión tan principal como es el señalamiento exacto de su lugar de nacimiento, hasta el punto de que uno de ellos cita una entrevista realizada para un diario andino en la que Sanders proclama, con la mayor naturalidad, que “yo nací en Iquique... después de nacer en Washington nací en Iquique, en el Tarapacá chileno”.     

 

 

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30 de enero de 2017
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Necrologías 3

 

Murió Albino. Gigante, indeciso, gafas oscuras perpetuas, se le vio durante años pasear, detenerse agotado, apoyarse en las puertas como si fuera a entrar en las casas, vivaquear por ese lugar difuso que es la plaza España, Las Arenas y la avenida Gran Vía ya saliendo hacia el aeropuerto. Muchos debieron de hablar con él porque quedan testimonios de su pensamiento recogidos en la prensa y en varios libros de carácter ligero y misceláneo. ¿Vivía en...? Puede que en la calle Tarragona, en esa tupida red viaria que la flanquea en sentido descendente, en esas casuchas adosadas a los corrales del antiguo matadero, quizá no en una casa sino en un corral, en el corral que albergara a la ternera Celia, la que produjo las mejores carnes de 1956, las que permitieron que el chef Bartrés ganara el premio al mejor fricandó. Pero ahora ¿aún existen esas cuadras? Puede, pero nadie lo sabe con certeza. Quizá, en la base del más elevado de los rascacielos, dejaron un espacio, una burbuja hormigonada, para mantener en pie un minúsculo habitáculo de ladrillo ¿y adobe?: el cubil de Albino. “¡Qué rancho, devoraba ratas!” sentenciaba un malévolo, también los guardias, acicalados, le acusaban de ladrón: restos no sólo cárnicos, también algún pescado y la extraña fruta con sabor a heces. Hubo dos viajes, sarnosos, una turbamulta de pordioseros, enfermeros, clérigos, hermanas de la caridad. Primero a la Meca blanca, en Roma, en busca de la bendición. Segundo al África negra, a socorrer refugiados. Albino destacaba. Su porte. Su palidez. Su fuerte hedor. Peregrinos entre la guardia pretoriana vaticana. Sanitarios entre ventrudas criaturas y madres multíparas. El periodista juvenil y perplejo define a Albino como protoinventor. Cuenta en su columna del diario gratuito que “les regalaron bolígrafos bicolores y Albino supuso que con el rojo escribiría en español y con el azul en italiano (...) se trata de un genio en ciernes, esa maldición bíblica y real de las lenguas queda solventada con un ligero artilugio que nuestro hombre quiere desarrollar a partir de un souvenir de atrio de iglesia”. África no propició un invento de menor importancia. Albino anticipó a Lovelock y Sartori y comprendió que la solución no estaba en curar negritos sino en evitar que nacieran tantos. Enseñó a la corresponsal del Post una cacerola oxidada de la que colgaban cables al tiempo que le advertía que el dolor en esos países era insoportable y que con esta máquina, con el Detector-Medidor de Sufrimiento, iba a convencer de una vez por todas a las autoridades mundiales para que iniciaran una campaña seria y definitiva de control de la natalidad. “El problema hay que cortarlo de raíz”, repetía, “nada de parches, Albino no quiere ver más mujeres y niños sufriendo”. El fotógrafo Pablo J. Pérez obtuvo, estas Navidades, su última instantánea y sus últimas palabras. Acurrucado en el portal de la Casa de la Papallona, Albino se disponía a afrontar su última noche de vida, abrazado a una bolsa de plástico. “¿Qué llevas ahí?”, le preguntó J. Pérez, a lo que Albino respondió: “llevo un alijo de polvorones”. 

 

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16 de enero de 2017
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Beneficio de la ruina

 

El esplendor de la ruina está vinculado a la vegetalización y a la ausencia de materiales innobles no mineralizados. La ruina espléndida la forman, pues, hierro, piedra y madera. La escayola, como las telas y los plásticos, son materiales innobles que, además, tardan en desaparecer.

 

Habría que ir a una clasificación de las aves en función de la rapidez en colonizar un edificio abandonado, clasificación que se obtendría utilizando los parámetros de una línea de investigación parecida, la que valora la rapidez en posarse en un objeto -farola, chatarra, mobiliario urbano- instalado en sus áreas de campeo. (La restauración convencional de un edificio supone la pérdida de capacidad para albergar especies rupícolas)

Es recomendable una maniobra de acercamiento a la ruina reciente. Por ejemplo prestar atención a las instalaciones ganaderas o a las estaciones de servicio cuando han sido abandonadas definitiva y absolutamente por razones de peso como, en estos dos casos, la inviabilidad de las pequeñas empresas del sector ante una situación general de exceso de oferta y el cambio de trazado de la red viaria por la construcción de una autovía. Se trata de configuraciones mortecinas que, contempladas a cierta distancia en sus primeras etapas de degradación, proporcionarán notable placer al diletante.

 

Escayola: yeso espejuelo calcinado.

Mineralizar: comunicar a una sustancia las condiciones de mineral o mena.

 

 

 

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13 de abril de 2016
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¿Neurosis?

Me mudé de casa. Me fui a la periferia. Al principio tenía dudas de cómo llegar al centro. Hasta que encontré un buen recorrido. Primero la avenida Fanjul, luego la calle Sobreros, luego la plaza del Perro, la calle Anselmo Rodríguez y el pasaje de Moniche, que muere frente a la Seo. Y no tardé en descubrir la asimetría. Un caserón de la calle Sobreros lucía, en su fachada, dos ventanales que no progresaban parejos sobre la vertical de la clave del arco. Los primeros días, animado por el hallazgo del buen recorrido, no le di excesiva importancia. Después, fui notando una molesta desazón cuando pasaba por delante. Al mes, me di cuenta de que apretaba el paso para no emplear demasiado tiempo en flanquearlo. Al año, la visión me resultó insoportable y decidí explorar otros recorridos. Pero todos resultaban incómodos. La calle Tapón disponía de un excesivo número de indigentes. Las calles Modesta Lahoz y Pasión de Tupinamba olían, respectivamente, a estiércol y a taller de manualidades. La bajada de Monjas se ensuciaba a menudo con la cera de las procesiones. Decidí comprar el edificio. Que estaba inventariado. Fue un mal negocio. No hay nada peor, entre montañeses, que mostrar interés por las cosas. Hube de vender la casa de la periferia. Ahora vivo entre las ruinas de la casa de ventanales asimétricos. Voy derribándola por dentro. Sin licencia. En silencio. Sin que nadie me descubra. Dejo para el final el derribo de la fachada. De hecho, caerá sola al no contar con el apoyo del resto del inmueble. Si me obligan a reconstruirla evitaré la asimetría. Nunca hubo planos. Ni fotografías. Solo existe esta. Que en seguida destruyo.            

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13 de diciembre de 2015
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