
Ficha técnica
Título: Un hombre sencillo | Autor: André Baillon | Traducción: Vanesa García Cazorla | Editorial: errata naturae | Colección: El Pasaje de los Panoramas | Medidas: 14 X 21,5 cm | Páginas: 192 | ISBN: 978-84-16544-04-2 | Fecha publicación: enero /2016 | Precio: 16,50 euros
Un hombre sencillo
André Baillon
Un hombre quiere escribir, pero no puede. Nada hay de extraordinario en esto, es casi demasiado banal. Un hombre quiere llevar una vida tranquila, amar a su mujer, llevar dinero a casa, pero no puede. Tampoco esto es extraordinario, sucede a menudo. Un hombre quiere encontrarse, aferrarse al sentido de la vida, atrapar la verdad, su verdad, pero no puede. Y, bien, a quién no le ha pasado esto, es una lucha común… Jean Martin quiere concentrarse, escribir, amar, mas todo se diluye, se vuelve confuso: se encierra en su habitación, pero cada ruido es un martirio que le agujerea el cerebro, cada trámite se vuelve insoportable… tal vez debería irse al campo, París resulta agotador… ¡Al campo se ha dicho! Alquila una habitación, pero sigue habiendo ruidos, distracciones, viene a visitarlo Michette, la hija de su mujer, una tentación demasiado turbadora: esa piel joven, esa ingenuidad malévola. Todo gira, los escrúpulos se desdibujan. ¡Hay que purificarse! La comida es el enemigo número uno: ¿ingerir algo? ¡Dios nos libre! Bajo la cama un hombre se esconde para tirarle del pie. ¡Él sabe que no está ahí, ese hombre no existe! Pero tirarle, bien que le tira.
A lo largo de cinco «confesiones», dirigidas a un médico del departamento psiquiátrico del Hospital de la Salpêtrière, Martin (¿un hombre sencillo?), narra lo que le ha llevado al internamiento.
André Baillon se aventura en los contornos de la locura, pero el tono, al contrario de lo que podría imaginarse, es luminoso, las frases son vivas, tajantes, a menudo increíblemente divertidas. Humor y sufrimiento se mezclan en el relato de este gran estilista, una de las voces europeas más singulares del siglo XX.
PREFACIO
Tengo un amigo. Es químico: un científico, un verdadero cerebro.
Un día, mientras cenaba, un guisante rodó por el suelo al caerse de su plato. Un guisante no es nada. Al principio, no reparó en él. Después, pensó en él. A continuación, le preocupó. Luego, lo atormentó. Finalmente, quiso saber adónde había rodado el guisante al caerse de su plato.
Abandonó su sitio y se arrodilló bajo la mesa.
-Amigo mío, ¿qué haces?
-¡Nada! Estoy buscando un guisante.
-¡Anda, déjalo!
-¡No! Quiero encontrar el guisante que ha rodado por el suelo al caerse de mi plato.
Con el fin de complacerlo, su esposa y, a continuación, la sirvienta se arrodillaron para buscar con él ese guisante que había rodado por el suelo al caerse de un plato.
En un momento dado, alguien se enganchó con el mantel. Otros guisantes -muchos guisantes- rodaron por el suelo al caerse de los platos, cosa que al químico le trajo sin cuidado. Pisó los guisantes convirtiéndolos en papilla. Lo que él quería era aquel primer guisante que se había caído al suelo desde su plato.
En este libro, un pobre hombre se arranca a sí mismo, no sin dolor, la cruda verdad de su corazón. Anda en busca de su guisante.
¿Acaso está buscando varios?
Quizás ignore incluso todos los que busca.
¿Estará pasando, tal vez, junto al más grande sin saber que lo está buscando? Además, ese enorme guisante no es bonito.
¿Merece que lo absolvamos?
El alma es impetuosa; la carne, débil; y el cerebro, frágil.
Como en muchas otras cosas, podemos recordar lo que quienes (siguiendo a nuestra Santa Madre, la Santísima Iglesia), al abandonar la vida, gritan a aquellos que lo harán después:
Hodie mihi,
cras tibi
A. B.