
Ficha técnica
Título: Un hombre que duerme | Autor: Georges Perec | Traducción de Mercedes Cebrián | ISBN: 978-84-937110-6-1 | Páginas: 136 | PVP: 15,60 euros
Un hombre que duerme
Georges Perec
Novela cumbre de la «Literatura Bartleby», auténtico símbolo generacional, Un hombre que duerme narra la peripecia de un estudiante que decide no levantarse de la cama el día de sus exámenes de Sociología, abandonar sus estudios, romper toda relación con amigos y parientes, y recluirse en sí mismo y en su chambre de bonne, donde todo es gris. Más tarde se dedicará a deambular incansable por París, a ir al cine, a leer los titulares de los periódicos, pero como lo haría un sonámbulo. Para el estudiante todo forma parte de una vaga estrategia encaminada a alejarse de los deseos materiales, de la ambición y de su dependencia de los objetos, los ambientes, los sonidos y aromas de París, la ciudad que lo ha acogido y que lo acabará fagocitando.
Un hombre que duerme
Apenas cierras los ojos, la aventura del sueño comienza. A la penumbra conocida de la buhardilla, volumen oscuro cortado por detalles, donde tu memoria identifica sin esfuerzo los caminos que has recorrido mil veces, trazándolos de nuevo a partir del cuadrado opaco de la ventana, resucitando el lavabo a partir de un refl ejo, la estantería a partir de la sombra un poco más clara de un libro, precisando la masa más negra de la ropa colgada, sucede, tras un cierto tiempo, un espacio bidimensional, como un cuadro sin límites ciertos que formara un ángulo muy pequeño con el plano de tus ojos, como si reposase, no del todo perpendicularmente, sobre el puente de tu nariz, cuadro que, en principio, puede parecerte uniformemente gris, o más bien neutro, sin colores ni formas, pero que, rápidamente sin duda, resulta poseer al menos dos propiedades: la primera es que se oscurece más o menos según cierres con mayor o menor fuerza los párpados como si, más precisamente aún, la contracción que ejerces sobre el trazo de tus cejas cuando cierras los ojos tuviera el efecto de modificar la inclinación del plano en relación con tu cuerpo, como si el trazo de tus cejas formase el eje y, por consiguiente, a pesar de que esta consecuencia no parezca demostrable sino por la evidencia, el de modificar la densidad o la calidad de la oscuridad que percibes; la segunda es que la superficie de este espacio no es regular en absoluto, o más precisamente, que la distribución, el reparto de la oscuridad no se realiza de manera homogénea: la zona superior es manifi estamente más oscura, la zona inferior, que te parece la más cercana aunque ya, evidentemente, las nociones de cerca y lejos, alto y bajo, delante y detrás, han dejado de ser del todo precisas, es mucho más gris, es decir, no mucho más neutra como crees al principio, sino mucho más blanca, y por otro lado contiene, o soporta, una, dos o más tipos de bolsas, de cápsulas, un poco la idea que te haces de una glándula lacrimal, por ejemplo, de bordes finos y ciliados, y en cuyo interior tiemblan, se agitan, se retuercen relámpagos muy muy blancos, a veces muy delgados, como estrías muy finas, a veces mucho más gruesos, casi gordos, como gusanos.