Ficha técnica
Título: Un dulce olor a muerte | Autor: Guillermo Arriaga | Sello: VERTICALES |
Colección: Territorio Arriaga | ISBN: 978-84-92421-86-2 | Precio: 6 € | Páginas: 192
Un dulce olor a muerte
Guillermo Arriaga
La atmósfera de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, los «habitantes» de la Comala de Rulfo, y la ambientación y los personajes de Los tres entierros de Melquiades Estrada del mismo Guillermo Arriaga son algunos de los referentes que el lector encontrará en esta pequeña obra maestra. Una joven aparece muerta completamente desnuda. Ramón, un muchacho que vive en un pueblo cercano, es el primero en acercarse al cadáver. Apenas conoce a Adela, la muchacha asesinada, pero todos en el pueblo lo señalan como el novio de la misma. Incapaz de desmentir el rumor que crece con una intensidad imposible de detener, Ramón termina destinado a vengar a su nueva amada, convencido de que es su deber; y poco a poco en el pueblo de Loma Grande se empieza a esparcir el dulce olor de la muerte.
En la obra de Arriaga la muerte es siempre fiel compañera de los vivos, ya que sin ella no tendrían razón de existir. Ella es el testigo de los avatares, sus ronchas se pueden ver y sentir en los cuerpos a medida que el tiempo pasa. La muerte es el elixir vital de la literatura de este chilango ciudadano del mundo, y a través de ella conocemos las bondades y las maldades, la generosidad y la miseria que sus personajes, espejos de la vida, acarrean durante toda su existencia. Pura literatura. Esencial en este siglo que comienza, como toda la obra de Guillermo Arriaga: el olor de la dinamita condensada en palabras.
Adela
Ramón Castaños sacudía el polvo del mostrador cuando oyó a lo lejos un chillido penetrante. Aguzó el oído y no escuchó más que el rumor de la mañana. Pensó que había sido el gorjeo de una de las tantas chachalacas que andaban por el monte. Prosiguió con su tarea. Tomó un anaquel y se dispuso a limpiarlo. De nuevo brotó el
grito, ahora cercano y claro. Y a este grito sobrevino otro y otro. Ramón dejó el anaquel a un lado y de un brinco saltó la barra. Salió a la puerta para averiguar qué sucedía. Era domingo temprano y no encontró a nadie, sin embargo los gritos se hicieron cada vez más frenéticos y continuos. Caminó hasta la mitad de la calle y a la distancia vio venir a tres niños que corrían vociferando:
-¡Una muerta…, una muerta…!
Ramón avanzó hacia ellos. Atajó a uno mientras los
otros dos se perdían por entre el caserío.
-¿Qué pasó? -le preguntó.
-¡La mataron…, la mataron…! -bramó el niño.
-¿A quién? ¿Dónde?
Sin mediar palabra, el chiquillo arrancó hacia la misma dirección por la que había llegado. Ramón lo siguió. Corrieron a lo largo de la vereda que conducía al río hasta que toparon con un sorgal.