
Ficha técnica
Título: Todo a mil. 33 microensayos de filosofía mundana| Autora: Javier Gomá | Editorial: Galaxia Gutenberg | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-8109-975-1 | Páginas: 176 | Formato: 13 x 21 cm.| Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta | PVP: 16,50 € | Publicación: Marzo de 2012
Todo a mil
Javier Gomá Lanzón
Ortega y Gasset pidió al filósofo la cortesía de la claridad. Las circunstancias del momento presente, en continua transformación, añaden al requerimiento orteguiano otro segundo no menos acuciante: la brevedad. Quien auténticamente sabe algo, acierta a decirlo de forma luminosa y en breve espacio, por ejemplo mil palabras. Y este es el espíritu que anima a Javier Gomá en esta colección de ensayos, o microensayos, que se resume así en su título: Todo a mil.
El objetivo es, en un millar de palabras, introducir al lector en la almendra de la reflexión filosófica. Así, por ejemplo, alguno de estos microensayos se arriesgan a definir con precisión cuestiones normalmente difusas como la sabiduría frente a la inteligencia o la dignidad humana; hay unos que abogan por actitudes contracorriente, como los beneficios de estar sentado, el desdén hacia las novedades, las ventajas del chisme o la afirmación gozosa de nuestro tiempo; otros critican ideas recibidas tan asentadas como el prestigio de la transgresión, la noción tradicional de «vida privada», o la molesta tendencia a la sinceridad excesiva; otros más toman posición respecto a la responsabilidad de la crisis o el significado profundo de la paz social conquistada por el Estado de derecho; mientras otros, en fin, expresan la voz más personal del autor.
Con este libro, Javier Gomá da un paso más en su decidida voluntad de hacer una filosofía mundana, abierta a todos, y ofrece así la mejor introducción posible, en mil palabras, a los más serios y perennes problemas filosóficos.
El rotar de las estaciones
Hubo un tiempo, al terminar mis estudios de fi lología clásica, extraviado en esa tierra de nadie entre la universidad y la profesión, en que si alguien me preguntaba de buena fe a qué me dedicaba necesitaba varios minutos para balbucir, entre zozobras, alguna mínima razón de mi vida. Mezclaba confusamente realidad y deseo para sugerir una posición en el mundo que estaba lejos de disfrutar. Yo era consciente de que tantas explicaciones eran un mal síntoma. Envidiaba la respetabilidad de mis amigos, la mayoría de los cuales estaban en condiciones de contestar a la pregunta con un simple «soy abogado», «soy ingeniero», «soy profesor» o incluso «soy artista», y ya está. Frente a ello, mis meandros interminables se me antojaban a mí mismo sospechosos. Al cabo de los años y con mucho esfuerzo, felizmente he conseguido compendiar mi vida profesional en cuatro o cinco palabras. ¡Qué placer! Con todo, de aquella época incierta he conservado una suspicacia insuperable hacia la prolijidad verbal.
Si hay alguna disciplina en que la hemorragia retórica y discursiva ha parecido a muchos disculpable es la filosofía. Al filósofo se le ha permitido tradicionalmente que se explaye por entender que la abstrusa materia que trabaja demanda largas y oscuras parrafadas. Ortega y Gasset pidió al filósofo la cortesía de la claridad. Si no sabes decirlo con conceptos luminosos, es que no lo sabes, arguye contra la plaga de los filósofos oscuros. Al requerimiento orteguiano de claridad las circunstancias del momento presente, en continua transformación, añaden otro segundo no menos acuciante: la brevedad.