
Ficha técnica
Título: Tan cerca de la vida | Autor: Santiago Roncagliolo | Editorial: Alfaguara | Género: Novela | ISBN: 978-84-204-0633-6 | Publicación: Septiembre de 2010
Tan cerca de la vida
Santiago Roncagliolo
«No olvide su trabajo, Max. No olvide sus prioridades. De ser posible, no olvide nada. Hasta los cerezos tienen memoria. No pierda usted la suya.»
Tokio. Un inmenso y laberíntico hotel, barrios y callejones desconocidos, personas que parecen autómatas y robots que parecen personas. Una convención sobre inteligencia artificial. Así es la ciudad donde Max, un solitario empleado de la Corporación Géminis, se moverá en busca de un sentido que organice su vida.
En medio de ese entorno en que la realidad se le vuelve cada vez más confusa -el recelo que despierta en sus compañeros, la difícil comunicación con su esposa, los efectos del jet-lag y de un accidente que sufrió hace poco tiempo- conoce a una enigmática camarera, Mai, que se convertirá en la única persona en quien confiar.
Santiago Roncagliolo nos presenta una novela que combina el thriller psicológico con la ciencia ficción. Una historia donde los afectos, el sexo y la amistad marcan a personajes que no logran comunicarse en un mundo de alta tecnología. Un escenario subyugante y misterioso para una historia en la que lo imposible y lo tangible se encuentran.
«Un lenguaje poderoso y un estilo brillante y ágil.» The New York Times
«Tiene oficio y una mirada llena de fuerza.» The Times Literary Supplement
I
Al llegar, Max tuvo un sueño extraño. O quizá no fue un sueño.
Quizá era el jet lag. Había volado más de doce horas sin saber dónde terminaba la mañana y dónde comenzaba la noche. Había dormido sentado, alternando la vigilia con desagradables pesadillas. Hasta donde recordaba, el vuelo había sido sólo un largo y espeso duermevela. Y las cosas no mejoraron en el aeropuerto. Se sentía mareado y aturdido, y le costaba entender por dónde ir o qué hacer. Imitaba torpemente a los demás pasajeros en la esperanza de salir de ahí tarde o temprano.
En el pasillo a la aduana, llamó su atención un cartel:
BIENVENIDO A TOKIO
SI SIENTE ALGÚN TIPO DE MALESTAR,
FIEBRE O TOS, PASE A LA ENFERMERÍA
Max consideró la posibilidad de acercarse, pero no estaba seguro de en qué órgano de su cuerpo se hallaba el problema. Lo que tenía no era tos ni fiebre, aunque sí, en términos estrictos, un malestar. Se preguntó si podrían impedirle la entrada al país en caso de portar algún virus. Escudriñó la enfermería de reojo, como un prófugo, tratando de evitar llamar la atención. En el interior, había un enfermero con la cara oculta bajo una mascarilla. Max sintió que debajo de esa máscara no había un rostro. Desvió la mirada. En un rincón, una pantalla escaneaba a los pasajeros y los convertía en siluetas de colores. Entre las siluetas, Max descubrió la suya: una figura de tonos desvaídos detenida en una esquina del cuadro. Siguió de largo.
Tardó poco en migraciones y en aduana, pero el tiempo se había vuelto elástico, lento. Cuando logró salir, le pareció que llevaba horas caminando.
Llamó a un taxi. Cuando se detuvo, Max creyó que era un vehículo fantasma, sin conductor. Pero luego comprendió que el volante estaba a la derecha, como en los autos ingleses. Trató de abrir la puerta de atrás sin conseguirlo. El cerrojo estaba echado y, por más que forcejeó, la puerta no se movió. Malhumorado, Max golpeó la ventanilla e insultó al taxista vanamente en su idioma. Llevaba demasiado tiempo en un avión para además tener paciencia con un maldito taxi. Nada ocurrió. Ya iba a alejarse pero la puerta se abrió sola, como si tuviese voluntad propia.
Max arrojó su maleta en el interior, y luego se arrojó él mismo en el asiento de atrás. En su cabeza asomó la idea de que había vuelto a ser un niño, y que tendría que aprender a vivir todo de nuevo, hasta las cosas más pequeñas. Era un pensamiento muy extravagante, y no entendió por qué se le había ocurrido.
El aeropuerto quedaba lejos de la ciudad. El taxi atravesó una zona industrial interminable. Después, en la ventanilla empezaron a sucederse imágenes que Max había visto en otras ciudades, la mayoría sólo en películas: un castillo de Disney, un puente de Brooklyn sobre un fondo de edificios, una Torre Eiffel. Tokio parecía infestado de réplicas, como un parque temático de las grandes ciudades. Ese pensamiento era igual de absurdo que el anterior, pero a Max le hizo reír.