Ficha técnica
Título: Stone Junction | Autor: Jim Dodge | Prólogo: Thomas Pynchon | Traducción: Mónica Sumoy Gete-Alonso | Editorial: Alpha Decay | Colección: Héroes Modernos | Género: Novela | ISBN: 978-84-92837-18-2 | Páginas: 535 | Formato: 20,5 x 12,5 cm. | Encuadernación: Rústica | PVP: 20,00 € | Publicación: Enero de 2011
Stone Junction
Jim Dodge
Tienes en tus manos una cuidada reedición de Introitus lapidis, libro publicado por Alpha Decay en octubre de 2007. Los editores relanzan bajo nuevo título (Stone Junction. Una epopeya alquímica) y en la colección Héroes Modernos el que consideran el mejor libro del catálogo para darle la difusión y la vida que merece una novela que pasó desapercibida en su momento. Encumbrada por un autor de la talla de Thomas Pynchon en el prólogo que acompaña a esta edición, Stone Junction es una Bildungsroman norteamericana que arranca con el derechazo propinado en la mandíbula a una monja. Es una odisea moderna sobre la búsqueda del conocimiento y de la comprensión, simbolizados por una extraña esfera de diamante, supuestamente la Piedra Filosofal, custodiada por el gobierno de Estados Unidos. Daniel Pearse, un huérfano acogido por la Alianza de Magos y Forajidos, debe seguirle la pista a través de las enseñanzas impartidas por sus maestros en un mundo en el que la venganza, la traición, la revolución, las sustancias químicas alucinógenas, la magia y el asesinato se imponen como norma. Absorbente a cada página, logra retorcerte de risa al tiempo que sumirte en la más desoladora tristeza. Una novela que, literalmente, cambia la vida de todo aquel que se asoma a sus páginas.
«Una de esas novelas monumentales en la que un sinfín de personajes impagables acompañan al lector en una intensa, profunda, divertida e interesante sucesión de aventuras en pos de la sabiduría.» El Faro de las letras
«Thomas Pynchon dijo que leer Stone Junction era como estar en una fiesta donde se celebrara sin parar todo lo que importa. Y, ¿saben qué?, es cierto. Sus obras son un carnaval, una «locura grandiosa»… Y el autor, el tipo de hombre apasionado y sabio que todos hemos deseado como mentor.» kiko amat, La escuela moderna
«Albricias, lector. Es un preciado regalo poder enrolarse en este viaje, una epopeya moral, y hacerlo en una versión tan pulcra y exquisitamente preparada por Mónica Sumoy.» Héctor j. porto, La Voz de Galicia
«La obra de un genio… Esa clase de libros que te empujan a embadurnarte con sangre de cerdo y a soltar improperios a la congregación desde el tejado.» Big Issue
PRÓLOGO
THOMAS PYNCHON
Si admitimos la idea de que está mal em plear la fuerza contra quienes no la tienen, comienza a perfilarse un conjunto de corolarios bastante claro. Adquirimos la capacidad de distinguir, algo que la gente (aunque no siempre sus dirigentes) por lo general ha sido capaz de hacer, entre forajidos y malvados, entre ilegalidad y pecado. No se requiere un análisis excesivo, puesto que es algo que percibimos en su ine xo ra ble inmediatez. «Pero si no son más que bandidos», se quejan indignados los gobernantes, «movidos por la codicia». Desde luego. Sólo que, por conocer desde hace tiempo la diferencia entre «robo» y «restitución», comprendemos las cláusulas del pacto por el cual los forajidos, como agentes de los pobres, siendo más hábiles y expertos en las artes del reajuste kármico, pueden no cobrar más que los honorarios de un agente, lo bastante poco como para que sus clientes lo consideren aceptable y lo suficiente como para cubrir los riesgos que tienen que asumir, y siempre acabamos adorando a esos chicos, nos deshacemos por John Dillinger, Rob Roy o Jesse James con un grado de apasionamiento que por lo regular se reserva para la afición deportiva.
Stone Junction es una epopeya de forajidos para nuestra propia era tardía de romanticismo corrupto y honor defectuoso, con su propia tropa de usurpadores de baja estofa y persistencias jacobitoides, aunque conviene advertir al lector que espere encontrar nostalgias de los ochenta o, por piedad, un goce aún más antiguo por los placeres de las drogas, el sexo y el rock and roll, que en esta obra, no obstante y al margen de toda la diversión, acecha, representativo de los más sombríos intereses de ese siempre vibrante consenso y satisfecho de autodenominarse «Rea li dad», un personal contractual profundamente malvado, que da lugar a giros del guión desagradablemente mortales. Uno de los múltiples deleites del libro es la elección del autor de no caer en ningún momento en la jerga melancólica, sino de quedarse, por el contrario, conscientemente anclado en nuestro mundo tal cual es, en el que, como nos recuerda Pam Tillis en un contexto ligeramente distinto, el destino gira como una moneda.
El otro día, por la calle, oí a un policía que iba en su coche patrulla pedir por el altavoz a un coche particular que le bloqueaba el paso que se apartara y le dejara pasar, dirigiéndose todo el rato al conductor del coche personalmente, por su nombre. Esto me sorprendió, aunque la gente a la que intenté contárselo no hizo más que encogerse de hombros, dando por sentado que, obviamente, el nombre del conductor (junto con su talla, peso y fecha de nacimiento) lo había facilitado el Registro de Matrícula de Vehícu los por vía satélite tan pronto se había introducido en la terminal el número de la placa del coche, ¿qué tenía aquello de extraño?
Stone Junction se publicó por primera vez [en lengua inglesa] en 1989, hacia el final de una era en cierto modo todavía virgen del cibermundo que estaba precisamente a punto de estallarle encima. Sin lugar a dudas, exis tían ya bastantes ordenadores en esos tiempos, pero no estaban tan conectados entre sí como lo es ta rían poco después. Los datos que hoy por hoy son accesibles para todos sólo lo eran entonces para los autorizados, que no siempre sa bían lo que te nían ni qué hacer con ellos. Aún había espacio para menearse, la web era tierra primitiva, sólo habitada por unos pocos rudos pioneros, algo locos y conocedores de los más pequeños detalles de su territorio. Reinaba el honor, las leyes no estaban escritas, los forajidos, por entonces indefinibles, eran pocos. Apenas había comenzado a surgir la pregunta de cómo rehuir, o preferentemente, cómo eludir totalmente la amenaza (o más bien la promesa) del control implacable que acechaba tras los bellos paisajes de libertad que los amantes de los ordenadores se imaginaban en aquellos tiempos, pregunta que todavía seguimos haciéndonos. ¿Hacia dónde podemos lanzarnos aún con todo el equipo y dirigir nuestros pasos? ¿Quién nos va a dar asilo? Si nos quedamos inmóviles, ¿qué nos queda que no esté de algún modo contaminado, captado y colonizado por las fuerzas de control, generalmente de tipo digital? ¿Conoce alguien el camino a la «República del Deseo» de William Gilson? ¿Lo dirían si lo supiesen? Etcétera.