Ficha técnica
Título: Sábado por la noche y domingo por la mañana | Autor: Alan Sillitoe | Traducción: Mercedes Cebrián | Editorial: Impedimenta | Género: Novela | ISBN: 978-84-15130-13-0 | Páginas: 312 | Formato: 13 x 21 cm. | Encuadernación: Rústica con sobrecubierta | PVP: 22,50 €
Sábado por la noche y domingo por la mañana
Alan Sillitoe
Auténtico monumento de la literatura obrera inglesa y piedra de toque del movimiento de los Jóvenes Airados británicos, Sábado por la noche y domingo por la mañana fue la novela que lanzó a la fama a Alan Sillitoe. Arthur Seaton, su protagonista, es un muchacho de veintidós años, poco amante de los compromisos y que trabaja a destajo de lunes a viernes en una fábrica de bicicletas, en el sombrío Nottingham de los primeros años de la posguerra. Pero Arthur vive con los ojos puestos en el fin de semana. Cada sábado por la noche bebe hasta caerse redondo en el pub, se mete en todas las peleas que encuentra y trata de llevarse a la cama a las esposas de sus compañeros de trabajo. Sin embargo, pronto descubrirá que lo que cree que le hace libre constituye en realidad una cárcel, y que su existencia de rebelde tiene un lado oscuro cuyo rigor le es difícil imaginar.
«La historia de Arthur Seaton, el joven alborotador que protagoniza el relato de Sillitoe, era fruto de la época cuando se publicó por primera vez. Ahora ha devenido atemporal.» The Guardian
CAPÍTULO UNO
Se habían sentado en varias mesas dispersas por el local, y constituían una ruidosa pandilla de cantores que ahora contemplaba cómo Arthur se dirigía con paso vacilante hacia el rellano de la escalera. Era muy probable que todos supieran que iba borracho como una cuba, y también se habrían dado cuenta de que pronto iba a estar en peligro, pero nadie se levantó para hablar con él ni para llevarlo de vuelta a su asiento. Así pues, con once pintas de cerveza y siete tragos de ginebra jugando al escondite por su estómago, Arthur se cayó rodando escaleras abajo.
El White Horse Club celebraba su noche benéfica. El pub había roto la hucha y tirado la casa por la ventana en cada una de sus salas y entre sus cuatro paredes. El suelo temblaba, vibraban los cristales, y las hojas de aspidistra se iban marchitando entre brumas de cerveza y humo. El Notts había ganado al equipo visitante y los miembros del White Horse se acuartelaron en el piso de arriba para recibir al caudal de hinchas que acudían para celebrar la victoria. Arthur no era miembro del club, pero Brenda sí, de ahí que se estuviera bebiendo la cuota -hasta que durase- que le correspondía a su marido ausente. Más tarde, cuando al club se le acabó el dinero y el astuto encargado cerró el grifo para los que no pudieran pagarse sus consumiciones, Arthur dejó ocho medias coronas sobre la mesa con intención de apoquinar lo suyo.
Era la noche del sábado, la mejor, la más juerguista y la más divertida de la semana. Uno de los cincuenta y dos días de fiesta en la Gran Rueda del año que tan lento gira; un preámbulo enardecido para un Sabbath de postración. Las pasiones contenidas explotaban cuando llegaba la noche del sábado, y el efecto de la dura y monótona faena de una semana en la fábrica se eliminaba del organismo en un estallido de cordialidad y buena disposición. Tu lema era «emborráchate y disfruta», y con tus mañosos brazos rodeabas cinturas femeninas, sintiendo cómo la cerveza bajaba benéficamente hasta el elástico receptáculo de tu estómago.
Brenda y otras dos mujeres que se habían sentado con Arthur vieron cómo este echaba hacia atrás su silla y se levantaba con estrépito; sus velados ojos grises le otorgaban el aspecto de un druida alto y enjuto que estuviera a punto de emprender una danza frenética. Pero, en lugar de eso, musitó algo que ellas, demasiado abstraídas o puede que demasiado borrachas, no pudieron entender, y caminó vacilante hacia el primer escalón. Muchos observaron cómo se sujetaba a la barandilla. Luego giró la cabeza y echó una lenta mirada alrededor del salón abarrotado, como si no supiese muy bien qué pie mover primero para que su cuerpo comenzase el descenso, ni siquiera por qué quería bajar las escaleras en ese preciso instante.