
Ficha técnica
Título: Rilke y la Música | Autor: Antonio Pau | Editorial: Trotta | Colección: La Dicha de Enmudecer | Formato: Rústica | | Páginas: 112 | Medidas: 14,5 X 23 cm | Fecha: noviembre 2016 | ISBN: 978-84-9879-665-0 | Precio: 14 euros
Rilke y la Música
Antonio Pau
El poeta Rainer Maria Rilke tuvo, durante muchos años, aversión a la música. La tuvo porque vio en la música una seducción que podía sustraerle de su verdadera tarea, la tarea poética. Y la tuvo también porque consideraba incompatibles la música y la poesía: la poesía tiene su propia música, y nunca debe superponerse a ella ninguna melodía -por eso prohibió enérgicamente que se pusiera música a sus versos-. Sin embargo, en los últimos años de su vida tuvo varias vivencias que le aproximaron a la música: la lectura de Fabre d’Olivet, el clavecín de Wanda Landowska, la amistad con el compositor Ferruccio Busoni -cuyas teorías musicales entendió y compartió-, la amistad amorosa con la pianista Magda von Hattingberg, el violín de Alma Moodie… Y en esa última etapa escribió muy bellos poemas en los que la música está presente.
RILKE ANTE LA MÚSICA
Rilke confesó siempre su incultura musical y su ineptitud para la música. En alguna carta dice que es incapaz de tararear una canción, aunque la haya oído cincuenta veces. Cuando su traductor polaco Witold Hulewicz le mandó un cuestionario, a la pregunta de si tocaba algún instrumento, Rilke, que se extendió extraordinariamente en otras respuestas, contestó rotundamente: «No. Nunca».
Rilke empezó temiendo la música. Porque Rilke, como todo poeta, era un solitario. Sabía que su obra solo podría brotar de la soledad y del silencio. Solo el silencio le permitía percibir la melodía de las cosas -título que dio a un conjunto de breves poemas en prosa-, esa melodía que luego lleva a sus versos.
La mayor amenaza a ese silencio creador que tan afanosamente buscaba el poeta era la música. Porque la música atrae, hechiza, seduce. A la tentación de la música solo puede responder con un enérgico vade retro! Porque la música empieza siendo para Rilke solo eso: una tentación de abandonar el silencio, con el riesgo de que, abandonado el silencio, quedara también abandonada la obra. Y no se puede olvidar que Rilke tuvo, a lo largo de su vida, una sola meta: culminar la obra que se sentía llamado a hacer.
Pero un día de marzo de 1900, Rilke oye en Berlín la Missa solemnis de Beethoven y se queda perplejo. Escribe inmediatamente un largo poema. La música se le aparece de pronto como un enigma, como algo misterioso en lo que algún día debería adentrarse.