
Ficha técnica
Título: Peyton Place | Autor: Grace Metalious | Prólogo: Boris Izaguirre |Traducción: Mª Teresa Segur Giralt | Editorial: Blackie Books | Género: Novela | ISBN: 978-84-937362-6-2 | Páginas: 560 | Formato: 14 x 21 cm. | Encuadernación: Tapa dura | PVP: 25,00 € | Publicación: Abril de 2010
Peyton Place
Grace Metalious
Pueblo pequeño, infierno grande. Grace Metalious no sólo desgració la vida de sus vecinos con la publicación, en 1956, de Peyton Place, fenómeno editorial que borró la distinción entre alta y baja cultura cuando confundir ambas cosas aún no estaba de moda. En opinión de muchos, sin este libro no habrían existido Melrose Place y Twin Peaks. Algunos paladines de la utilidad incluso estiman que Peyton Place dio empuje al movimiento feminista estadounidense y ocasión de revisar la hipocresía moral de la época. Pero gracias a este incordio de libro, Metalious también se ganó la muerte social y, según el parecer de sus biógrafos, la cirrosis que acabaría con ella a los treinta y nueve años. La autora había buscado la fama, y la parábola acaba con sus últimas palabras: «Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías conseguirlo».
Los lectores no parecían dispuestos a leer en una novela aquello que ponían en práctica, permitían o sufrían en su vida cotidiana, desde el natural despertar de la sexualidad hasta el odio racial y de clase, el incesto, el aborto o la corrupción del poder religioso. Claro que esos mismos lectores habían estado esperando Peyton Place sin saberlo. La leyeron millones, algunos incluso a escondidas, mientras muchos países la prohibían y algún bibliotecario colgaba incluso un cartel en el que se leía: «No tenemos ningún ejemplar de Peyton Place. Si queréis este libro id a Salem».
La vida, con perdón, rivaliza aquí con la literatura. El lector honrado, en cualquier caso, deberá admitir que, una vez abierto este libro, no hay manera de cerrarlo. Tal vez porque hay en él menos ficción que realidad. Indecente, quizás. Y fascinante, pues estas cosas suelen ir de la mano. Metalious lo sabía y, aunque un poco tarde, la historia se ha ocupado de colocarla más allá de la provocación, en el lugar que merece como narradora.
20
El doctor Matthew Swain pasó lentamente frente a la casa de Kenny Stearns para ver, según sus propias palabras, si se había caído algún otro cuerpo fuera de la bodega. Vio que la ventana de la bodega de Kenny estaba abierta y la negra cortina aleteaba al frío viento invernal, de modo que acercó el coche a la acera y se detuvo.
«Por el amor de Dios -pensó-, si alguno de ellos se ha quedado dormido con esa ventana abierta, Mary tendrá un hospital lleno de borrachos enfermos.»
Se apeó del vehículo y fue lentamente hacia la ventana de la bodega con la intención de echar una ojeada para asegurarse de que todo iba bien y cerrar la ventana si ninguno de los borrachos estaba suficientemente despierto para hacerlo por sí mismo.
«Suena como si fuese un gesto muy noble -se dijo a sí mismo-, pero la verdad es que estaba deseando echar un vistazo a la bodega. Me pregunto cómo pasan el tiempo. -Se inclinó para mirar por la ventana-. Y me pregunto cómo han podido vivir con esta peste durante seis semanas.»
-¡Dios misericordioso! -exclamó el médico en voz alta. Kenny Stearns yacía al pie de las escaleras de la bodega, inconsciente y cubierto de sangre.
-Está muerto, de eso no hay duda -dijo el médico-. Si alguna vez he visto a un hombre desangrado, éste es, sin duda, Kenny Stearns.
Se incorporó rápidamente y fue a la casa vecina para pedir una ambulancia.