Ficha técnica
Título: Pequeñas doctrinas de la soledad | Autor: Miguel Morey | Editorial: Sexto Piso| Colección: Ensayo | ISBN: 978-84-16358-27-4 | Páginas:446 | Formato: 15 x 23 | Precio: 25,00 euros |
Pequeñas doctrinas de la soledad
Miguel Morey
Al barullo ensordecedor de cierta modernidad que no cesa de importunarnos con su interminable retahíla de proclamas emancipadoras, Miguel Morey contrapone el único antídoto efectivo: el silencio.
Pero es un silencio peculiar…, el silencio que nos permite dialogar con nosotros mismos, escuchar aquello que anida en lo más profundo de nuestro ser -antes de cualquier normalización preparada por las fuerzas de la sociedad-, para así poder transitar a través del pensamiento que mueve los hilos de este extraño acontecimiento llamado existencia. Pequeñas doctrinas de la soledad es una puerta que nos comunica con la compañía más preciada a la que podemos aspirar: la soledad de los grandes escritores, soledad que se cristaliza en palabras, y éstas en literatura, el único espejo de nosotros mismos donde la imagen coincide con el objeto que la provoca.
Beckett, Artaud, Burroughs, Michaux, Lowry, Bataille… son algunos de los rostros que nos acompañan a lo largo de este ejercicio silente que entraña conocernos y reconocernos en los otros.
Miguel Morey, con la gran inteligencia y con la prosa precisa y elegante que lo caracterizan, nos invita a pensar nuestra soledad inmersos en la lectura, porque es la nuestra una soledad letrada, una soledad literata, «la soledad que nace en el interior de ese espacio que abre el lector que lee para sí. Y es la soledad del escritor, simétrica, también.
«Escribir es defender la soledad en que se está», le escuchamos decir a María Zambrano unas páginas más adelante. Y, efectivamente, se trata de esto, casi sólo de esto, en las páginas que siguen: de la soledad de leer y de la soledad de escribir, del leer y el escribir como modos mayores de interrogar la propia soledad. Y de la mayoría de edad y del saber acompañarse».
LA NOCHE SIENTA DOCTRINA
Para Carmen
«Cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La
obra del escritor no es más que una especie de instrumento
óptico ofrecido al lector para permitirle discernir lo que, sin
ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo».
Marcel Proust, Le temps retrouvé, 1927
El hombre es el único animal que se acompaña. Y muy probablemente sea saber acompañarse todo cuanto de fundamental puede alcanzar a saber el hombre. En todo caso, lo seguro es que sin este saber cualquier otro saber de nada vale. Hasta donde alcanza la vista, es posible singularizar en el espacio y en el tiempo mil y una variantes culturales tanto en las formas de darse compañía como en los modos de exhortación a comportarse correctamente y conducirse de modo adecuado. En el suelo más remoto de nuestra tradición, el conócete a ti mismo délfico, la voz del demonio socrático o el platónico diálogo del alma consigo misma señalan de modo inequívoco la preeminencia concedida a este saber. Y aun el día de hoy, y a pesar de tantas cuantas banalizaciones lo amenazan, nuestro cotidiano cara a cara con el espejo sigue siendo un momento señala damente grave y elocuente.
En el diálogo de cada cual consigo mismo, el interlocutor ha recibido a lo largo de la historia nombres bien diversos. Se le ha llamado alma, conciencia, sujeto, yo, uno mismo y tantos otros nombres siempre excesivos, siempre insuficientes también en su intento mismo por determinar ese otro polo de nuestro tuteo íntimo, esa inasible compañía que tanto nos habla sin voz como escucha -siente, asiente, disiente- y calla.