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Ficha técnica

Título: París-Brest | Autor: Tanguy Viel |  Traducción: Carlos Ollo |  Editorial: Acantilado | Colección: Narratica del Acantilado, 187 | Género: Novela | ISBN: 978-84-92649-99-0 | Páginas: 128 | Formato:  13 x 21 cm. | Encuadernación: Rústica cosida  |  PVP: 14,00 € | Publicación: Marzo de 2011

París-Brest

Tanguy Viel

ACANTILADO

Brest tiene fama de ser la ciudad más fea de Francia; una ciudad de la que uno sueña con huir para instalarse, por ejemplo, en París. Tal como hace Louis, quien, tras cometer un delito, escapa de Brest con cien mil francos en la maleta y vuelve, varios años después, con un manuscrito bajo el brazo: una «novela familiar» de ciento setenta y cinco páginas. En ellas decide ajustar cuentas con el mundo: con su padre, exiliado tras un escándalo financiero en el club de fútbol que dirigía, con su madre, obsesionada por el dinero y las apariencias e incluso con su hermano, incapaz de tomar las riendas de su propia vida. A través del humor y de una ingeniosa mezcla de géneros literarios, París-Brest es también una reflexión sobre los límites de lo verdadero y lo falso. ¿Qué hay de autobiográfico y cuánto de literario? Con un singular dominio del estilo y de la intriga, Tanguy Viel nos seduce con una novela en la que el color negro se mezcla con la sonrisa. 

«Tanguy Viel ha desnudado algo más que una familia. Ha desnudado una parte de la sociedad francesa de provincias. Una mezcla divertida y ácida de Chabrol y Simenon». J. Ernesto Ayala-Dip, El Correo

«París-Brest es una novela de una gran libertad, que toca todos los registros. Una historia para todo el mundo». Norbert Czarny, La Quinzaine Littéraire

«La agilidad y la soltura son virtudes poco habituales en la literatura y Tanguy Viel las emplea de maravilla, con una inteligencia seductora». Thierry Clermont, Le Figaro

«Esta admirable novela confirma el talento de Tanguy Viel». Augustin Trapenard, Elle

 

I

CON VISTAS A LA RADA

 

I

Al parecer, después de la guerra, mientras Brest estaba en ruinas, un arquitecto audaz propuso, puestos a reconstruir, que todos los habitantes pudieran ver el mar: se habría construido la ciudad en hemiciclo, aumentado la altura de los edificios, avanzado la ciudad al borde de la playa. De alguna manera todo habría sido reinventado. Se habría reinventado todo si no hubiera habido algunos ricos gruñones que querían recuperar sus bienes, o más que sus bienes, ya que la ciudad estaba en cenizas, el lugar que ocupaban sus bienes. Entonces en Brest, como en Lorient, como en Saint-Nazaire, no se reinventó nada, solamente se apilaron piedras sobre ruinas. Cuando se llega a Brest, lo que se ve es la ciudad blanquecina detrás del puerto, algo luminosa, pero sosa, cúbica y aplastada, cortada como una pirámide azteca por un golpe horizontal de guadaña. Ésta es la ciudad a la que llaman, junto con otras, la más horrible de Francia, por culpa de esta reconstrucción torpe que provoca corrientes de aire en las calles, por culpa de una vocación de balneario fallida (incluso completamente fallida, ya que la única playa de la ciudad al fondo de la rada se encuentra allí abandonada, al final de las cuatro vías de salida que desatascan la ciudad), por culpa de la lluvia frecuente, de la lluvia persistente que no saben compensar las grandes luces del cielo, de tal manera que Brest parece el cerebro de un marino, desligado del mundo como una península. «Sí, como una península-me decía Kermeur hijo-, y si te quedas aquí, tú acabarás igual, acabarás como tu abuela».

  Sentado frente a ella en el bus que nos traía de vuelta a la ciudad, recuerdo cómo podía leer en su piel la fatiga que surcaba su rostro, ella, los ojos fijos en el exterior y el mar bajo nuestros pies, mientras que el bus se dirigía hacia la rada, sobre el puente por encima de la rada, ella como cada vez al regresar del paseo, posaba su dedo índice en el cristal y me decía: «Mira». Entonces yo miraba a lo lejos las ventanas de su casa, en lo alto del bulevar que dominaba el puerto, las cinco grandes ventanas de su nuevo apartamento, su nuevo apartamento con vistas a la rada, no dejaba nunca de precisar, ciento sesenta metros cuadrados con vistas a la rada, repetía como si fuera una sola palabra, una sola expresión que ella había pronunciado miles de veces, dejando deslizarse todas las imágenes que conllevaba, es decir, el mar azul de la rada, los reflejos de la luna en el agua, las silenciosas mareas de agosto, los reflejos de las rocas y las horas grises del invierno, es decir, la transformación incesante del humor marítimo. Y yo ya sabía que en cuanto hubiera bajado del autobús le daría el brazo en la acera, ya que ella insistiría para que fuéramos a cenar juntos a su restaurante preferido, «Vamos-decía-, tú puedes venir al Círculo Marino conmigo y después me acompañarás de regreso, no tendrás que andar mucho». Y era verdad que no tendría que andar mucho ya que yo vivía debajo de ella. Y en el fondo yo no me decía más que una cosa: que yo me lo había buscado.

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Tanguy Viel

Tanguy Viel (Brest, 1973) publicó su primera novela en 1998 y con París-Brest obtuvo el premio Ville de Carhaix en el año 2009.

Obras asociadas
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