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Ficha técnica

Título: París, 1919. Seis meses que cambiaron el mundo | Autora: Margaret MacMillan | Traducción: Jordi Beltrán Ferrer | Editorial: TUSQUETS | Colección: Tiempo de Memoria | Formato: 14,8 x 22,5 cm. | Tinta: Integradas y aparte en b/n | Presentación: Rústica con solapas | Fecha: sept/2017 | ISBN: 978-84-9066-436-0 | Precio: 25 euros | Ebook: 11,99 euros

Paris, 1919

TUSQUETS

Entre enero y julio de 1919, tras el final de la primera guerra mundial, dirigentes del mundo entero llegaron a París para organizar una paz duradera. En esa Conferencia de Paz, los «tres grandes» -el presidente estadounidense Woodrow Wilson, más los primeros ministros de Inglaterra y Francia, David Lloyd George y Georges Clemenceau- se enfrentaban a una tarea gigantesca: poner en pie una Europa en ruinas, obtener de Alemania unas gravosas reparaciones de guerra, detener el avance de la reciente Revolución rusa y gestionar el inestable equilibrio de poderes tras la desaparición de los viejos imperios.

No menos fascinantes son los «secundarios» de esta obra: personajes como Lawrence de Arabia, Winston Churchill o Ho Chi Minh, que años después desempeñaron un papel decisivo en la historia del siglo XX. 

 

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Woodrow Wilson llega a Europa

 

El 4 de diciembre de 1918, el George Washington zarpó de Nueva York con la delegación estadounidense en la Conferencia de Paz a bordo. Los cañones dispararon salvas, las multitudes congregadas en los muelles prorrumpieron en vítores, los remolcadores hicieron sonar sus sirenas, y aviones y dirigibles del ejército volaron en círculo. Robert Lansing, el secretario de Estado estadounidense, soltó varias palomas con mensajes dirigidos a sus parientes en los que expresaba sus profundas esperanzas de paz duradera.El barco, que había sido un transatlántico alemán, pasó por delante de la estatua de la Libertad y entró en el Atlántico, donde una escolta de destructores y acorazados esperaba para acompañar al George Washington y su cargamento de grandes expectativas hasta Europa.

A bordo se encontraban los mejores expertos disponibles, salidos de las universidades y del gobierno, con cajones llenos de material de consulta y estudios especiales, los embajadores francés e italiano en Estados Unidos y Woodrow Wilson. Ningún presidente estadounidense había ido a Europa durante su mandato. Los adversarios de Wilson le acusaban de infringir la constitución; hasta sus partidarios pensaban que tal vez era una imprudencia. ¿Perdería el presidente su gran autoridad moral participando en el ajetreo de las negociaciones? La opinión del propio Wilson era clara. Firmar la paz era tan importante como lo había sido ganar la guerra. Se lo debía a los pueblos de Europa, que pedían a gritos un mundo mejor; se lo debía a los miembros de las fuerzas armadas estadounidenses. «Ahora es mi obligación», dijo a un Congreso meditabundo justo antes de emprender el viaje, «interpretar hasta el fin mi papel, para hacer realidad aquello por lo que dieron la vida.» Un diplomático británico fue más cínico: dijo que Wilson se sentía atraído por París como «una debutante se siente extasiada ante la perspectiva de su primer baile».

 

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