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Ficha técnica

Título: El nervio óptico | Autora: María Gainza | Editorial: Anagrama | Colección: Narrativas hispánicas | Páginas: 160 | ISBN: 978-84-339-9844-6 | Fecha: oct.2017 | Precio: 16.90 euros |

El nervio óptico

María Gainza

ANAGRAMA

Este es un libro hecho de miradas. Miradas sobre cuadros, sobre los artistas que los pintaron y sobre la intimidad de la narradora y su entorno. Este es un libro singular y fascinante, inclasificable, en el que la vida y el arte se entretejen. Consta de once partes: once partes que son once capítulos de una novela que relata una historia personal y familiar, pero que también pueden leerse como once cuentos, u once incursiones furtivas en la historia de la pintura, u once ensayos narrativos que tratan de desentrañar los misteriosos vínculos entre una obra pictórica y quien la contempla.

En sus páginas el Greco trenza lazos secretos con un paseo por un bosque de secuoyas cercano a San Francisco, la enfermedad y la muerte; Rothko y el misterio de los cuadros para el Four Seasons del Seagram Building que se negó a entregar se entrecruzan con un hospital donde el marido de la narradora recibe quimioterapia y una prostituta se pasea por los pasillos; el aduanero Rousseau y el banquete que, entre la admiración y la mofa, organizó Picasso en su honor conectan con el miedo a volar… Y aparecen Hubert Robert y la fascinación por las ruinas; las andanzas de Misia Sert en París y Venecia; Toulouse-Lautrec deslumbrado por las estampas japonesas; el joven Fujita que, atrapado por Cézanne, decide irse a París; Augusto Schiavoni, al que acaso una médium ponga en contacto con su gemelo muerto en una sesión de espiritismo en Florencia; la decisiva visita de Alfred de Deux al taller de Géricault; la relación de Courbet con el mar… Y todo ello actúa como catalizador de las vivencias de la narradora, de las historias de su familia de clase alta, de la evocación de la ciudad de Buenos Aires, de la pasión por el arte, el dolor de la pérdida, la confrontación con la enfermedad, la vivencia del paso del tiempo, la banalidad cotidiana, el desasosiego…

Este es un libro que habla de arte con erudición y de la vida con sabiduría. Y lo hace sin grandilocuencia, porque, como decía Cézanne, «lo grandioso acaba por cansar». El sublime resultado nos descubre una voz originalísima, que despliega sus múltiples recursos literarios con sutileza y osadía.

«Su flamante primera novela… Una novela que es también autobiografía, crónica social, reseña de arte, diario íntimo, aguafuerte porteña, guía de museos… Un artefacto híbrido» (Ana Wajszczuk, Página/12).

«En cada una de sus páginas, Gainza hace uso de un talento fino, de un humor mundano y fresco, para tejer un escrito que convierte en livianos los temas más solemnes y atraviesa a quien lo lee con la misma intensidad con que las obras repercuten en la protagonista» (Lucrecia Palacios)

«Inaugura un género donde confluyen límpidamente la historia del arte y la crónica íntima… Una voz narrativa que parece capaz de todas las proezas estilísticas» (Ernesto Montequín).

«Entre la autoficción y las microhistorias de artistas, entre citas literarias y la crónica íntima de una familia, su pasado y sus desdichas, es un libro insólito, hermoso, en ocasiones delicado y a veces brutal» (Mariana Enriquez).

 El ciervo de Dreux

A Dreux lo conocí un mediodía de otoño; al ciervo, exactamente cinco años después. Ese primer mediodía había salido de casa con un sol brillante y de pronto, sin aviso, se largó a llover. Llovía como en la Biblia, y en unos minutos las calles angostas del barrio de Belgrano se convirtieron en ríos taimados; las mujeres se apiñaban en las esquinas calculando el lugar más alto por donde cruzar; una vieja golpeaba con su paraguas el costado de un colectivo que no quería abrirle, y en las puertas de los locales los empleados miraban cómo el agua lamía las veredas y se apuraban a instalar las compuertas de hierro que habían comprado después de la última inundación. Yo tenía que pasear a un grupo de extranjeros por una colección privada. A eso me dedicaba y no era un mal trabajo, pero mientras esperaba a que llegaran mis clientes guarecida bajo el techo de un bar, un taxi pasó demasiado cerca del cordón y bañó mi vestidito amarillo. Tres autos más tarde amainó, tan de golpe como había empezado, y a través de las últimas gotas de lluvia, que caían suspendidas como una cortina de cuentas de cristal, llegó el taxi de mis clientes. Eran norteamericanos, una pareja de mediana edad, ella de blanco y él de negro, y venían impecables y secos, como si el chofer acabara de retirarlos de la tintorería.

Entramos en una casa que alguna vez había sido un petit hôtel rodeado de un amplio jardín y ahora estaba encajonada entre un edificio racionalista y un ostentoso chalet californiano. Un mayordomo nos llevó hasta el living deslizándose cual anguila entre el mobiliario. Quince minutos después, se abrieron unas puertas corredizas hasta entonces invisibles y apareció la coleccionista. Me miró. La miré. Sin duda ella era mejor que yo en el jueguito de sostener la mirada. Vestía de gris. Alrededor de la boca tenía los frunces de amargura de las mujeres pasados los cuarenta, su nariz aquilina era un arma afilada y sobre su suéter de cachemira llevaba un broche dorado de algún animalito que, por la distancia que mantuvo conmigo durante toda la visita, no llegué a identificar.

 

 

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María Gainza

María Gainza nació en Buenos Aires. Trabajó en la corresponsalía de The New York Times en Buenos Aires y fue corresponsal de ArtNews. Durante más de diez años fue colaboradora regular de la revista Artforumy del suplemento Radardel diario Página/12. Ha dictado cursos para artistas y talleres de crítica de arte, y fue coeditora de la colección sobre arte argentino «Los Sentidos»,de Adriana Hidalgo Editora. En 2011 publicó Textos elegidos, una selección de sus notas y ensayos sobre arte argentino. El nervio óptico es su primera novela.Fotografía © Rosana Schoijett 

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