
Ficha técnica
Título: Monsieur Proust | Autor: Céleste Albaret | Presentación: Luis A. de Villena | Traducción: Esther Tusquets & Elisa Martín Ortega | Editorial: Capitan Swing | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-940985-2-9 | Páginas: 420 | Formato: 14 x 22 cm.| Encuadernación: Rútica con solapas| PVP: 21,00 € | Publicación: 2013
Monsieur Proust
Céleste Albaret
Céleste Albaret trabajó en casa de Proust como ama de llaves, mensajera, amiga y enfermera los últimos nueve años de su vida en los que, ya gravemente enfermo, escribiría En busca del tiempo perdido. Pero fue mucho más que una mera sirvienta: su sensibilidad, su innata inteligencia y el enorme cariño y devoción que sintió por él la hicieron su única confidente, su acompañante más próxima y un testigo de excepción. Cuando finalmente, a los ochenta y dos años, accedió a publicar estas memorias profundamente conmovedoras, no sólo demostró la falsedad de las múltiples patrañas que circulaban sobre el genial novelista, sino que nos reveló un Proust humano, entrañable y cotidiano que de no ser por ella, jamás hubiéramos conocido.
Céleste nos descubre a un hombre singular y respetable, noctámbulo, que apenas se alimentaba de café, educado y extremadamente sensible. El libro trata sobre todo de los últimos años de vida del escritor y a través de sus páginas podemos constatar cómo progresivamente aumenta la obsesión de éste por terminar la novela mientras la vida se le va, hasta el punto de abandonar su importante vida social con el fin de entregar todo su tiempo a la escritura.
«Un libro encantador y entrañable donde al fin podemos conocer a uno de los genios literarios de todos los tiempos» Angus Wilson
Introducción
Georges Belmont
Cuando monsieur Proust murió, mundialmente famoso, en 1922, hubo una avalancha para conseguir el testimonio, los recuerdos, de la mujer a la que él llamaba su «querida Céleste». Mucha gente sabía que era la única poseedora (por haber estado junto a él día tras día, durante los ocho años fundamentales de su vida) de las verdades esenciales acerca de la personalidad, el pasado, los amigos, los amores, la forma de ver el mundo, el pensamiento, la obra, de ese gran enfermo genial. Esa misma gente no ignoraba que todas las noches, durante horas -las noches eran el día para aquel hombre que vivía con el sueño cambiado, y para quien la mañana empezaba a las cuatro de la tarde-, Céleste Albaret había tenido el extraordinario privilegio de escuchar el hilo de sus recuerdos, pero también de oírle describir las veladas de las que volvía, de verle imitar a otros, reír como un niño, hablar de tal o cual capítulo de sus libros. En de$nitiva, que se mostraba ante ella como ante nadie más.
Céleste era el testigo capital, estaba en el centro de todo. Pero, durante cincuenta años, no quiso hablar. Su vida, decía, había concluido con monsieur Proust. Si él se había encerrado como un recluso en su obra, ella sólo quería vivir recluida en su memoria. Únicamente allí él seguiría siendo el magní$co monarca del espíritu y el monstruo de tiranía y de bondad que ella había «amado, padecido y saboreado», tal como dice hoy. Intentar contar todo eso -y hacerlo con torpeza, pensaba- hubiera equivalido a traicionarle.
Si, a los ochenta y dos años, ha cambiado de idea, es precisamente porque ha juzgado que otros, menos escrupulosos, habían traicionado demasiado el personaje de monsieur Proust, ya por no disponer de fuentes «dedignas, ya por un exceso de ingeniosidad, o por la tentación de transformar en tesis sus pequeñas hipótesis «interesantes» (o interesadas).