Ficha técnica
Cuando el emperador era Dios
Julie Otsuka
En un día soleado de 1942, en California, una mujer se detiene ante un cartel en la oficina de correos. Después de leerlo, regresa inmediatamente a casa y comienza a preparar un equipaje con todas sus pertenencias. El gobierno de Estados Unidos la ha declarado a ella y a su familia, como a otros miles de americanos de origen japonés, «enemigos» en su propio país y están a punto de ser arrancados de su hogar. Un campo de internamiento, en el desierto de Utah, les espera.
Julie Otsuka narra la historia de una familia a través de cinco emotivas vivencias: la de la madre recordando el día que tuvieron que partir, el largo viaje en tren de la hija, el confinamiento en el desierto que relata el hijo, el retorno de la familia a su hogar y la amarga puesta en libertad del padre después de su cautiverio. Cuando el emperador era Dios nos recuerda el destino de quienes, durante años, se convirtieron en invisibles.
«UNA HAZAÑA LLENA DE MATICES Y DE BELLEZA.»
THE NEW YORK TIMES
PREMIOS FEMINA Y PEN/Faulkner
ORDEN DE EVACUACIÓN NÚMERO 19
El cartel había hecho su aparición de la noche a la mañana. Estaba en las vallas publicitarias y los árboles y en los respaldos de los bancos de las paradas de autobuses. Colgaba de la ventana de Woolworth’s. Colgaba en la puerta de entrada del ymca . Lo habían grapado en la puerta del juzgado municipal y lo habían sujetado con chinchetas, a la altura de los ojos, en cada poste telefónico de University Avenue. La mujer se disponía a devolver un libro de la biblioteca cuando vio el cartel en la ventana de una oficina de correos. Era un día soleado de Berkeley en la primavera de 1942 y como estrenaba gafas nuevas podía verlo todo con nitidez por primera vez desde hacía semanas. Ya no tenía que entornar la mirada. Leyó el cartel de arriba abajo, y sin entrecerrar los ojos sacó un bolígrafo y volvió a leer el cartel de arriba abajo. Estaba impreso con letra pequeña y oscura. Algunas letras eran diminutas. Anotó un puñado de palabras en el reverso de un recibo del banco, luego dio media vuelta, regresó a casa y empezó a hacer el equipaje. Cuando el aviso de reclamación de la biblioteca llegó por correo al cabo de nueve días todavía no había acabado de hacer las maletas. Los niños se habían ido al colegio y las cajas y las maletas estaban esparcidas por el suelo de la casa. Metió el sobre en la maleta más cercana y salió por la puerta.