Ficha técnica
Título: Manhattan 45 | Autora: Jan Morris | Traducción: Esther Cruz | Editorial: Gallo Nero | Colección: Narrativas | Páginas: 272 | Formato: 14 x 19 | ISBN: 978-84-1652928-5 | Precio: 20,00 euros | Fecha: mayo de 2016 |
Manhattan 45
Jan Morris
El 20 de junio de 1945, el Queen Mary atracó en la ciudad de Nueva York con 14.500 soldados estadounidenses que regresaban a casa. Los esperaba una ciudad sin igual: una tierra de júbilo, riqueza y optimismo, con un potencial infinito, el mundo de Dizzy Gillespie, Peggy Guggenheim y Jackson Pollock. Aquella era la ciudad reina y ese, el momento culminante de su historia.
En Manhattan 45 Jan Morris describe la más carismática de las ciudades modernas en su apogeo cultural y económico. Con el brío, el ingenio y la exuberancia que la caracterizan, Morris recrea esta mágica ciudad-isla en 1945, evocando a todo color la excitación y la gloria de aquella época.
Publicado originalmente en la década de 1980, es un clásico olvidado, una encuesta detallada y un intento de captar el espíritu de una ciudad que fue simplemente incomparable en el escenario global. Las capitales de Europa estaban en ruinas, las megalópolis asiáticas que más tarde se opondrán a la supremacía de Nueva York estaban aún a décadas de distancia y Manhattan se erigía como la única esperanza de un nuevo mundo.
«Un recorrido delicioso por la ciudad de las maravillas al término de la Segunda Guerra Mundial […]. Evocaremos el pasado, viviremos el momento sin nostalgia ni sentimentalismo […]. Ingenio e imaginación, y una sensación exuberante de lo que debió de ser Manhattan.» Los Angeles Times
Prólogo
A primera hora de la tarde del 20 de junio de 1945, el transatlántico británico Queen Mary, pintado en color gris y con 80.774 toneladas de peso, surgió de entre un mar neblinoso en los Narrows, la entrada al puerto de la ciudad de Nueva York. Se trataba del segundo barco más grande del mundo y, probablemente, del más famoso, y llevaba de vuelta a casa, a los Estados Unidos, a 14.526 de los soldados estadounidenses, hombres y mujeres, que acababan de ayudar a ganar la guerra contra la Alemania nazi: era el primer gran contingente en regresar de aquella enorme victoria. Mientras el navío dejaba atrás la lengua de tierra de Sandy Hook, el eco resonante de su sirena de niebla -que emitía una nota dos octavas por debajo del LA central- retumbaba triunfante hasta Brooklyn, la ribera de Nueva Jersey y más allá de la Estatua de la Libertad, hasta los rascacielos que esperaban.
Al barco lo recibieron como una promesa de buenos tiempos. Por encima de él, volaba un dirigible de la Armada de los Estados Unidos; siguiendo valientemente el surco del transatlántico por los Narrows iban un transbordador de trenes veterano lleno de periodistas y dos yates requisados repletos de chicas: en uno de ellos resonaba la música de una banda del Cuerpo de Aviación Femenino y las chicas, con flores en el pelo, bailaban el jitterbug en cubierta, entre los silbidos y las obscenidades de los soldados que abarrotaban palmo a palmo las barandillas y los ojos de buey del transatlántico, muy por encima. Cuando el navío entró en la amplia extensión de la bahía de Nueva York, avanzando tranquilamente hacia la ciudad, con solo una suave vaharada de vapor saliendo de sus chimeneas, aparecieron flotillas de embarcaciones menores para recibirlo, bordeando el paso del transatlántico o apartándose raudas de su camino: un par de portaaviones, muchos remolcadores, cargueros, transbordadores de chimeneas altas, gánguiles, barcazas para trenes, lanchas y otras barcazas, además de The Firefighter, la lancha contraincendios más potente del mundo, que navegaba a dieciséis nudos y disparaba con entusiasmo columnas de agua. Por toda la ribera, en todos los embarcaderos y miraderos, había multitudes saludando con las manos; cientos de coches colapsaban la carretera de la orilla de Brooklyn, y los transbordadores de Staten Island se escoraban a babor o a estribor, según su ruta, con el peso de los pasajeros que daban la bienvenida al buque.