Ficha técnica
Título: Maigret tiende una trampa | Autor: Georges Simenon | Traducción: Núria Petit | Editorial: Acantilado | Colección: Narrativa del Acantilado, 273 | ISBN: 978-84-16748-05-1 | Encuadernación: Rústica cosida | Formato: 13 x 21 cm | Páginas: 160 | Precio: 16 euros |
Maigret tiende una trampa
Georges Simenon
En seis meses, cinco mujeres han sido asesinadas en Montmartre, pero no hay una sola pista que permita descubrir al asesino. Tras conversar con un renombrado psiquiatra, Maigret sospecha que los crímenes esconden una psicología demencial y difícil de descifrar. Tal vez anunciar el arresto de un falso culpable incitaría al criminal… pero ¿hasta dónde arriesgarse para atrapar al culpable?
En esta nueva entrega del comisario Maigret, Simenon disecciona la terrorífica figura del asesino en serie, incorporando, de forma magistral, claves psicológicas.
1
ZAFARRANCHO EN QUAI DES ORFÈVRES
A partir de las tres y media, Maigret empezó a levantar la vista de vez en cuando para mirar la hora. A las cuatro menos diez rubricó la última hoja que acababa de anotar, echó la silla para atrás, se enjugó la frente y dudó entre las cinco pipas depositadas en el cenicero que se había fumado sin tomarse la molestia de vaciarlas después. Acababa de pulsar un timbre con el pie debajo de la mesa, y estaban llamando a la puerta. Secándose la frente con el pañuelo desplegado, gruñó:
-¡Adelante!
Era el inspector Janvier. Al igual que el comisario, se había quitado la chaqueta, pero se había dejado la corbata, mientras que Maigret había prescindido de la suya.
-Di que pasen esto a máquina. Que me lo traigan para firmarlo en cuanto lo tengan. Quiero que Coméliau lo reciba esta misma tarde.
Era el 4 de agosto. Las ventanas estaban abiertas pero no refrescaba porque dejaban entrar un aire caliente que parecía emanar del asfalto reblandecido, de las piedras ardientes y del mismo Sena, que en cualquier momento empezaría a humear y borbotear como el agua hirviente al fuego.
En el pont Saint-Michel, los taxis y los autobuses no iban tan deprisa como de costumbre, parecían arrastrarse; no sólo los policías judiciales iban en mangas de camisa, también los hombres en las aceras llevaban las americanas colgadas del brazo, y hacía un momento que Maigret había visto a algunos en pantalón corto, como si estuvieran en la playa.