
Los inmortales
Manuel Vilas
«Os recuerdo que los hombres y las mujeres morían, es decir, desaparecían de la realidad después de vivir unos pocos años, cantidades de tiempo insignificantes.»
Año 22011. El descubrimiento en la Galaxia Shakespeare de un manuscrito, Los inmortales, suscita el interés y la indignación de los estudiosos de aquella lejana galaxia: seres perfectos, descendientes de los humanos, pero inmortales. A medida que los shakesperianos descifran el manuscrito, ven amenazada su certeza de que el humano terrestre vivió en un invierno de la evolución, azotado además por la miseria, la enfermedad y la muerte.
Pero ¿qué puede contener el manuscrito que aconseje su destrucción inmediata? En Los inmortales se describen las extravagantes andanzas de unos personajes elegidos para la inmortalidad: Manuel Vilas, que va a asistir a una reunión de poetas en la Luna en el año 2040; Ponti (de Pontífice, en referencia al papa Juan Pablo II), que viaja con Mother T (la madre Teresa de Calcuta); Pablo y Vin (Picasso y Van Gogh); Saavedra, protagonista de esta historia, un ser vitalista y poliédrico que esconde la inmortalidad del mismísimo Miguel de Cervantes; y el inolvidable Corman Martínez, el último comunista.
Con una estética posmoderna en la que la alta cultura se degrada y en la que son inseparables lo cómico y lo trágico, lo solemne y lo patético, Los inmortales construye, por medio de la imaginación y el sentido del humor, una defensa contra todos los temores derivados de la condición humana.
Saavedra
Saavedra estaba sentado en un taburete de mesa alta de la cafetería del renovado aeropuerto de Zaragoza. Estaba absorto escribiendo en un pequeño ordenador portátil. De vez en cuando miraba a su alrededor como temiendo la visita de alguien. Sacó un MP3 de su bolso y se puso a escuchar música. El MP3 y el portátil absorbieron completamente su atención. Saavedra sintió estrés tecnológico, pues el ordenador era realmente pequeño. Sus dedos tenían dificultades, debido a que las teclas del ordenador eran diminutas. No obstante, estaba contento porque se estaba haciendo realidad su deseo de escribir en todas partes. Para escribir necesitaba también la música, de ahí el MP3, en donde estaba sonando Cecilia de Simon y Garfunkel, una canción muy querida para Saavedra, una canción que siempre le transmitía energía literaria.
No advirtió la llegada de un hombre de unos cuarenta y cinco años, un hombre de mediana edad en todo caso. Un hombre sonriente.
-Hola, Miguel, soy Jerry -dijo el recién llegado. Tuvo que esperar a que Saavedra se quitara el MP3, y entonces volvió a repetir la frase. Hubo un silencio largo. Al fin, Saavedra habló, con cierta irritación en el tono:
-No me llames Miguel, llámame Saavedra, mi segundo apellido, es el que uso desde hace unos cuantos años, demasiados años, me gusta mucho Saavedra, pero aún me gusta más SA a secas, llámame SA, y cuanInmortales do lo escribas, pon la «a» con mayúscula para que no se confunda con el pronombre «se», tan frecuente en el español; ese «se» que, por otro lado, vuelve locos a los gramáticos porque tiene usos variopintos y oscuros; me cae bien ese «se», tan español, y en el fondo tan brutalmente latino; es increíble la cantidad de funciones gramaticales que tiene encomendadas ese pronombre «se»; yo diría que es la palabra más enigmática del español; me gusta cuando aparece con valor reflexivo, pero también en las llamadas pasivas con «se», donde ya no hace de pronombre, y también en las impersonales del tipo «En España se bebe mucho», donde tampoco es pronombre.