
Ficha técnica
Lo que yo llamo olvido
Laurent Mauvignier
Un hombre entra en un supermercado en el interior de un gran centro comercial de una ciudad francesa, roba una lata de cerveza y es detenido por cuatro empleados de seguridad que lo arrastran hasta el almacén y lo matan de una paliza. Este sucinto hecho de la página de sucesos es narrado por Mauvignier en una única frase, un flujo de palabras ininterrumpido, con una tensión que llega casi hasta el espasmo, para relatar esa media hora en que acaba de forma insensata una vida, para hacer el relato minucioso de una muerte absurda, para no olvidar, para hacer que nos indignemos.
«Hace falta algo más que talento para atraparnos, arrastrarnos y soltarnos de golpe sólo al llegar a la última palabra» (Pierre Assouline, La république des livres).
«Estremecedor, una implacable obra de arte sobre el cinismo y la violencia radicados en el seno de toda desmemoria social, » (Andrea Bajani, Il Sole 24 Ore).
«Un relato que posee el furor de la invectiva» (Martina Cardelli, Il Fatto Quotidiano).
Comienzo del libro
y lo que ha dicho el fiscal es que un hombre no debe morir por tan poca cosa, que es injusto morir por una lata de cerveza que el tipo ha conservado en las manos lo suficiente para que los seguratas puedan acusarlo de robo y jactarse, después, de haberlo identificado y elegido entre los otros, la gente que está allí comprando, tiene tiempo para intentar, eso mismo, intentar, correr hacia las cajas o amagar un gesto para resistírseles, porque así podría advertir lo que son capaces de hacer los seguratas, lo que saben, e incluso bajar los ojos y acelerar el paso, si decide escapar caminando muy rápido, sin dejarse llevar por el pánico ni salir corriendo, conteniendo el aliento, los dientes apretados, un movimiento, cosa que ha hecho, no tratar de negar cuando los ha visto llegar y ellos se han, no diré lanzado sobre él, porque se acercaban lentos y tranquilos, sin abalanzarse en absoluto, como habrían hecho, dijéramos, unas aves de presa, no, no han hecho eso, por el contrario, se han detenido ante él, todos ellos muy silenciosos, más bien lentos y fríos cuando lo han rodeado y él no ha pronunciado una sola palabra para protestar o negar porque, sí, se había bebido una lata y habría podido darles las gracias por dejar que se la acabara, no ha dicho una palabra y en sus ojos se ha plasmado abiertamente el miedo pero nada más, entiendes, tan sólo tenía ganas de beberse una cerveza, ya sabes lo que son las ganas de beberse una cerveza, quería refrescarse el gaznate y quitarse ese sabor a polvo que tenía dentro y que no lo abandonaba, vete a saber,