
Ficha técnica
Título: Lancha rápida | Autora: Renata Adler | Traducción: Javier Guerrero | Editorial: Sexto Piso | Colección: Narrativas | Formato: 15× 23 cm. | Páginas: 216 | ISBN: 978-84-15601-80-7 | Precio: 20 euros
Lancha rápida
Renata Adler
Renata Adler ya se había granjeado una fama de periodista incendiaria y polémica en The New Yorker antes de publicar en 1976 su primera y ya mítica novela, Lancha rápida, una de las obras estadounidenses de culto de la segunda mitad del siglo XX. Jen Fain, la protagonista, es una joven periodista sin objetivos, aparentemente incapaz de establecer ningún vínculo romántico o plantear una pregunta directa, incapaz incluso de recoger el periódico de la mañana sin encontrar un dilema moral en forma de un vagabundo desmayado en el vestíbulo, pero, sin embargo, logra poner en el punto de mira las sutilezas de la vida.
De las cenizas del sueño libertario y hippie de los sesenta surgen la desorientación y el vértigo que en Lancha rápida no sólo funcionan como el trasfondo de la novela (y de la época), sino que se convierten en la forma misma de la narración, una narración acelerada, nerviosa, discontinua: listas, fragmentos, viñetas de vida, diálogos beckettianos, párrafos eléctricos, intermitencias que devienen inventarios y collages de la conciencia… Es hasta cierto punto una canción para tiempos convulsos, una polifonía estresada construida con las estrategias propias del disc-jockey, un texto que se adelantó varias décadas a la escritura telegráfica e impaciente que vemos en Twitter, Facebook o los correos electrónicos y que rige nuestros tiempos.
Lancha rápida es una novela escrita no tanto en términos de control o comedimiento estructural como de asociación, tonalidad, sugestión: pone en juego una (con)fusión entre el todo y las partes, entre lo literal y lo figurado, la seducción y la amenaza, la causa y el efecto, y fue todo un punto de referencia para escritores como David Foster Wallace o Elizabeth Hardwick.
«En algún lugar entre Joan Didion y Bret Easton Ellis, Renata Adler toma el timón. Todos a bordo y al abordaje». Rodrigo Fresán
«En el ritmo de sus oraciones, en el singular tono que emplean […] Lancha rápida y Pitch Dark logran evocar algo muy similar a lo que se siente al estar vivo en cualquier lugar o instante del mundo». Megh an O’Rourke, The New Yorker
ENROQUE
Nadie murió ese año. Nadie prosperó. No hubo nacimientos ni matrimonios. Se escribieron diecisiete sátiras reverentes: alterando un cliché y, es de suponer, creando un género. Eso fue un sueño, por supuesto, pero he descubierto que muchas de las cosas más importantes son las que aprendes durmiendo. La oratoria, el tenis, la música, esquiar, los modales, el amor; lo intentas despierta y tal vez dudas ante el obstáculo, pero enseguida has dado el salto. Has cogido el ritmo, de una vez por todas, durmiendo por la noche. La ciudad, por supuesto, puede destruirlo. Hay mucho insomnio. Muchos ritmos que colisionan. La dependienta, el casero, los invitados, los transeúntes, dieciséis variedades de circunstancias sociales en un día. Aquí todo el mundo tiene el poder de cuestionar toda tu vida. Demasiadas personas tienen acceso a tu estado de ánimo. A algunas personas les es indiferente caer mal, hasta lo disfrutan. Casi nadie que yo conozca.
-Es de lo más estúpido izar las velas cuando el viento sopla en contra -dijo la esposa del magnate italiano del agua mineral en la cubierta de su hermosa goleta, que había permanecido todo el verano en el puerto-. Porque entonces las pierdes.
Una rata enorme se me cruzó anoche en la calle Cincuenta y siete. Salió de debajo de una valla de madera en un solar que hay cerca de Bendel’s, hizo una pausa por el tráfico y luego cruzó a la acera del lado norte, se detuvo un rato en la oscuridad y desapareció. Ha sido mi segunda rata esta semana. La primera la vi en un restaurante griego donde hay alféizares a la altura de la rodilla en todas las ventanas. La rata corrió por los alféizares directamente hacia mí y luego pasó de largo.
-¿Has visto eso? -preguntó Will, dando un sorbo a su cerveza.
-Un ratón grande -dije-. Ahora hay ratones pequeños hasta en los buenos hoteles, en los bares y en los vestíbulos. Había visto a Will por última vez en Oakland; antes de eso, en Luisiana. Es abogado. Entonces capté algo a mi izquierda, tal vez un sobresalto producido por mi visión periférica, que se acercaba a mi cara muy deprisa. Se me cayó el tenedor.
-Ibas bien -dijo Will, sonriendo-, hasta que has perdido la calma.