
Ficha técnica
La tumba del marinero
Luna Miguel
El presente libro hace que los anteriores poemarios de Luna Miguel parezcan un entrenamiento para la maratón. De acuerdo, sonará convencional, pero es lo que tenía que suceder. Y lo que quiero con esto decir es que La tumba del marinero encierra unas pasiones desproporcionalmente crueles, y a fin de cuentas, ¿no es el sentimiento poderoso e implacable lo que prevalece sobre los demás rasgos de la literatura?
Imagino así que la acción de esta «novela política» transcurre en un brumoso barrio marino. Entre su destartalado pabellón hospitalario, el psiquiátrico para corsarios que han perdido el norte por los cantos de la sirena, el vertedero sobre el que gaviotas y ratas voladoras planean en círculos, los pecios naufragados, los vapores del pescado podrido, las tabernas en donde se trapichea con el polvo blanco, los irritantes graznidos de las aves, un montón de adorables rufianes y algunos pocos observadores honestos. Y en su centro, ordenando todo lo demás, una lápida cuyo epitafio reza: «no hay cadáver».
Ciertamente, las aflicciones que azotan La tumba del marinero son más grandes que la vida (el cáncer, cómo no, pero también el lujo del agua caliente y la precariedad material, acompañada siempre de la degradación ética; la destrucción y el amor…). Aunque, pensándolo dos veces, es de justicia aceptar que la Gorgona que declama en ese dantesco barrio marino, apesadumbrada por la decrepitud de todo lo que le rodea, y de ella misma, aún conserva una buena parte de su inocencia, pues todavía puede distinguir entre el bien y el mal. La moral sigue presente en su espíritu, ¡e incluso llega a sorprenderse de la corrosión adulta! Y acepta que aún hay esperanza… ¿Nada más lejos de la realidad?
Ocho: Mala sangre
La felicidad no puede ser experimentada ni por los vivos ni por los muertos. Eso me dijeron los que dibujaban tus ojos en un pañuelo blanco. Los que me tentaban: si otra persona, si una sola persona recuperara antes que tú este pañuelo, los ojos de tu amado desaparecerían para siempre. Los ojos. Desaparecería para siempre. Tu amante. Los ojos de tu amante/amado como una gallinita ciega. Ven. Date prisa. Tómalos la primera. Los otros niños corren más que tú. Tómalos antes que ellos. Nunca ganaste al juego del pañuelo, pero aguanta. Aguanta esos ojos estériles. Aguántalos sangrantes en tus manos, en tus globos oculares, los ojos sobre los ojos, y más ojos sobre más ojos. Introdúcelos en tu organismo. Pez de tres ojos. Pez radioactivo de dibujos animados. Toma los ojos de tu amado. ¿Cuántos ojos hacen falta para ver el mundo? ¿Cuántos iris, para creer en el amor? La felicidad es ciega, dicen. Nadie la ha visto. A todos nos mienten sobre su esencia. Que si mariposas en el estómago. Que si cucarachas en el pecho. Que si larvas en las varices. El terror también es ciego. El amor y las cosquillas. Nunca me gustaron demasiado las cosquillas. De pequeña mi padre me tomaba de las caderas y me hacía cosquillas. Presionaba tan fuerte mi carne que yo solo podía llorar. Debía llorar. Cuando la risa de la cosquilla se convierte en dolor.