Ficha técnica
Título: La sombra del otro | Autora: Alicia Plante | Editorial: Adriana Hidalgo | Colección: la lengua | Páginas 268 | ISBN: 978-84-15851-80-6 | Precio: 16,50 euros | Fecha: octubre 2016 |
La sombra del otro
Alicia Plante
Laura es psicoanalista y, de manera inesperada, encuentra el cadáver de Ana, su vecina, víctima de lo que parece ser un suicidio. El diario íntimo de Ana está en la mesa de luz y Laura lo toma. Allí encuentra las claves que la llevan a imaginar lo que pasó, a solidarizarse con alguien que padecía la soledad y el desamparo. Pero tiene miedo. Porque Ana, esa vecina hermosa que al borde de la juventud creyó encontrar lo que siempre había deseado, fue devorada por un hombre inteligente y sensible, aunque capaz de toda crueldad. La investigación no es lo de Laura porque ya no se trata del diván seguro de su profesión: es la vida… y es su propia soledad. La confrontación no será entonces solamente con el sospechoso, sino con ella misma. ¿Estamos ante una novela de suspense? ¿Es una novela negra marcada por lo social que cuestiona lo dado y revela lo indeseable? ¿Se trata de sumisión y sadomasoquismo o de un femicidio? Alicia Plante se mete con el hilo delgado que separa lo cotidiano de lo profundo, con aquello que va surgiendo como consecuencia de una mirada indiscreta y analítica sobre ciertos vínculos tortuosos entre las personas. La sombra del otro es la cuarta novela de Alicia Plante publicada por Adriana Hidalgo editora, luego de la exitosa «Trilogía del agua» integrada por Una mancha más, Fuera de temporada y Verde oscuro, que comenzó a ser traducida y publicada en prestigiosas editoriales de Italia y Francia.
«Mediante un excelente manejo de los tiempos y una descripción detallista, pone en escena un tema actual y vigente como el feminicidio. La Nación de Buenos Aires.
«La novela negra denuncia, se mete con situaciones que no deberían existir, con lo injusto, con los atropellos, con el abuso, con la explotación, con la mentira, con lo que nos avergüenza» Alicia Plante, en entrevista para R
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El alfil estaba perdido, cómo no había visto venir esa trampa detrás del movimiento de la dama. Dudó un instante y volvió atrás dos jugadas, a continuación movió de otra manera y el ataque de la dama se desvaneció, las negras hicieron otra cosa. Detestaba retroceder, pero lo hacía, casi siempre. En general, varias jugadas, a veces con una era suficiente. Y entonces ganaba. Que igual había que ganar, eh, aunque no la llenara de orgullo hacerlo así. Eran raras las partidas en que no volvía atrás ni una vez, en la mayoría de las ocasiones por no concentrarse y analizar el tablero, cuando pensar era algo característico del ajedrez, que el jugador se tomara su tiempo para elegir el mejor movimiento, para implementar una estrategia, que ensayara mentalmente varios movimientos y eligiera la opción con mejores perspectivas. Ella en cambio parecía mordida por una absurda impaciencia. Pero era algo importante para ella esto del ajedrez contra la computadora, se había convertido casi en una adicción. Dejaba de hacer otras cosas por sentarse frente a la notebook y jugar varias partidas, una tras otra. El objetivo era aumentar su porcentaje de éxitos, por supuesto, que rondaba el setenta por ciento de triunfos en el tercer nivel. Pero esto de volver atrás era como un pecado vergonzoso que arruinaba todo, que le quitaba legitimidad a su puntaje. Una amiga le había dicho con cierto despecho que hacía trampa… No era verdad, el programa era para que el jugador aprendiera equivocándose, por eso se podía volver atrás, para corregir los errores y descubrir sus consecuencias, para no repetirlos, para descubrir alternativas. Y ella había mejorado mucho. Pero cada tanto la acusación volvía a sonar en su cabeza. Además, si jugaba para aprender, ¿por qué estaba pendiente del puntaje? Claro.
De chica su único adversario era Abel, que no se lo hacía fácil, si no qué valor habría tenido ganarle esas dos veces. En aquella época Laura analizaba las jugadas más que ahora, el padre no le permitía volver atrás, no se acepta, ningún jugador serio retrocede, decía, y vos podrías dedicarle tiempo y competir. Le había comprado un libro de Filidor que ella nunca leyó completamente, nunca armó el tablero para reconstruir las partidas del campeón, ver cómo ganaba, para registrar la belleza de su inteligencia. Esta costumbre de jugar contra la máquina había empezado en Barcelona junto a cosas que crecieron con la soledad y el tiempo libre, como multiplicar la lectura, los conciertos, las retrospectivas, llenar los huecos de la vida que la enfrentaron a partir del divorcio de Ramón, el gitano propio.