
Ficha técnica
Título: La sabiduría del editor | Autor: Hubert Nyssen | Editorial: Trama editorial | Colección: Tipos Móviles | Traducción: Auxiliadora Cabrera Granados | Precio: 12 € | Páginas: 80 | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-89239-90-6
La sabiduría del editor
Hubert Nyssen
Ser editor, lo supe aquel día, no es solamente poseer un «savoir faire» y el recuerdo de ciertas enseñanzas. Consiste, en primer lugar, en manifestar un querer hacer, aliado con un querer soñar. Es también, en ocasiones, un saber sobrevivir. Digamos más sencillamente que es tener un ápice de locura o, si se prefiere: ser más obstinado que una mula.
El arte del descubrimiento
Un día de junio de 1993, estábamos una docena de personas en compañía de Jacqueline Kennedy. La había traído a mi desván de libros. Allí, en un panel de madera están colgadas unas fotos y, entre ellas, dos de Paul Auster, una en la que está con Siri Hustvedt y otra con JeanneMoreau. Jacqueline Kennedy, que en aquella época trabajaba en Double Day en Nueva York y que me mostraba agradecimiento por haberle permitido conocer a Nina Berberova en Princeton, formuló una pregunta que era en realidad una exclamación: ¿Cómo era posible, me preguntó ella, que hubiera sido necesario venir a la Provenza para descubrir a un gran novelista americano? Entonces le conté que había oído algo sobre el talento de Paul por unos amigos que lo conocían. Ellosme incitaron, le dije, a leer lo que el alto mando de la edición americana había rechazado. Y entre otras cosas el primer volumen de su Trilogía de Nueva York, Ciudad de cristal, una novela que obtuvo más tarde un enorme éxito.
He aquí, sin duda, una nueva intervención de la locura. Hizo que un editor principiante, de paso por Nueva York, creyese en su suerte cuando oyó hablar de un joven escritor que no encontraba en su país el reconocimiento que la lectura de Ciudad de cristal o La invención de la soledad habría debido procurarle de entrada. Un reconocimiento que esos libros, junto a otros que les siguieron, obtuvieron primero en Francia, desde donde la epidemia por Auster se extendió a Europa antes de atravesar el Atlántico y, como lo llaman allí, un feed-back permitió dar por fin a este escritor, en su propio país, el lugar que era suyo por derecho.
En junio de 1987 en La Gauloise, un restaurante de la calle 13 en Nueva York, Christine Le Boeuf, que iba a convertirse en su traductora, y yo nos encontramos por primera vez con Paul Auster en persona. Por sus textos conocíamos al escritor desde hacía dos años. En diciembre de 1984, tras haber leído La invención de la soledad, había anotado en mi diario: «Es, juraría, el comienzo de una obra que tendrá gran importancia en el futuro». Así que aquel día Paul Auster entró en La Gauloise en compañía de Siri Hustvedt, que estaba encinta hasta tal punto que nos preguntábamos si el parto no iría a interrumpir la velada. Sophie Auster no nació aquella tarde.