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Ficha técnica

Título: La locura del arte | Autor: Herny James | Traducción: Oliva de Miguel Crespo |Editorial: LUMEN |  Formato: Tapa dura con sobrecubierta | Páginas: 424 | Medidas: 158 X 237 mm | ISBN: 9788426422590 | Precio: 23,90 euros | Libro electrónico: 8,99 euros

La locura del arte

Henry James

LUMEN

Cuando la novela aún no había alcanzado a la poesía en la jerarquía de las artes, Henry James revolucionó la narrativa de su tiempo con creaciones muy arriesgadas y, como consecuencia, empezó a echar de menos una reflexión crítica paralela a su obra. Fue así como se puso a trabajar en ensayos sobre el arte de escribir novelas, tomando como referencia a los grandes autores que le habían precedido, entre ellos George Eliot y Gustave Flaubert.

Más adelante, a principios del siglo XX, cuando su obra completa se publicó por primera vez en Nueva York, el autor se encargó personalmente de escribir unos iluminadores prefacios a sus obras.

Este volumen, editado y prologado por Andreu Jaume y traducido por Olivia de Miguel, reúne una selección de textos en los que Henry James habla de Henry James. El resultado es una de las experiencias críticas y autobiográficas más interesantes de la historia de la literatura.

Roderick Hudson

Empecé Roderick Hudson en Florencia, en la primavera de 1874. Desde el principio estuvo pensada para publicarse por entregas en The Atlantic Monthly(1), donde comenzó a aparecer en enero de 1875 y continuó a lo largo de todo aquel año.1 No me resisto al placer de comentar estos detalles, al igual que otros, y del mismo modo que no me he resistido a la necesidad de reconstruir la relación con el libro tras un cuarto de siglo. Pienso que con frecuencia el renacimiento de una relación casi extinta con un trabajo primerizo puede producir en el artista más intereses y emociones de los que es capaz de expresar fácilmente, y, sin embargo, iluminará no poco, ante sus ojos, la cara velada de su musa, a la que estará condenado por siempre a estudiar ávidamente. El arte de la representación está plagado de interrogantes cuyos términos propios son difíciles de aplicar y de apreciar; pero aquello que lo hace arduo lo convierte, como compensación, en infi nito, y hace que, con experiencia, su práctica se extienda a nuestro alrededor en un círculo que no solo no se estrecha sino que se amplía. Por lo tanto, es la propia experiencia la que, por su propia comodidad y disfrute, tiene que organizar un sistema de observación, para no perder su objetivo en la asombrosa inmensidad. La observamos deteniéndose de vez en cuando a consultar sus notas, a medir, a asesorarse sobre tantos aspectos y distancias como sea posible, sobre los muchos pasos dados, los obstáculos vencidos, los frutos recogidos y las bellezas disfrutadas. Todo cuenta, nada es superfl uo en esta investigación; el cuaderno de campo del explorador me sorprende en este punto como algo ilimitadamente receptivo. Esto es, por tanto, lo que quiero decir con valor añadido -o por decirlo simplemente, a mi manera, el seductor encanto- de lo accesorio en un determinado caso artístico. Por esa razón, cuando uno mira retrospectivamente la historia individual de cualquier trabajo genuino, por muy modestas que sean sus pretensiones, esa historia asoma íntegra en el rico y ambiguo aire estético, y parece adquirir cierta dignidad, al mismo tiempo que señala, como si dijésemos, un estadio. Por eso, al releer, revisar y corregir los textos que tengo entre manos, con vistas a su reedición, me encuentro solícitamente en presencia de una especie de papiro con anotaciones o tablilla conmemorativa grabada, de los que, además, el carácter «privado» insiste en desaparecer. Estas notas representan, a lo largo de mucho tiempo, la continuidad del empeño de un artista, el crecimiento de su conciencia operativa y, tal vez lo más importante de todo, la propia tendencia de esas notas a multiplicarse y por tanto, de una memoria mucho más rica. Adicto a las «historias» e inclinado a la retrospección, el artista, en esta mirada al pasado, toma gustosamente todo el desarrollo y el proceso de producción de la historia como un cuento excitante, casi como una aventura extraordinaria; solo se pregunta en qué momento de la rememoración empezará a debilitarse la señal de lo relevante. Se promete sinceramente no traspasar ese límite.

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1. The Atlantic Monthly ha sido, junto a la North American Review, una de las revistas más importantes de la escena norteamericana durante más de un siglo y medio. Fue fundada en 1857 por algunos de los escritores más relevantes del momento, como Emerson o Longfellow. Con tan solo veintiún años, James conoció a su principal editor, James T. Fields -que contaría en la revista con la ayuda de otro editor importante para James, William Dean Howells-, bibliófi lo y gran anfitrión, amigo de Dickens y Thackeray. Entre agosto y diciembre de 1871, Fields le publicaría a James su primera novela, Watch and Ward (Guarda y tutela), el precoz intento del autor de crear «la gran novela americana», la ballena blanca de la ficción estadounidense. En 1878 la revisó profundamente y la publicó en forma de libro, aunque acabó por repudiarla y situar el principio de su proyecto narrativo en Roderick Hudson, que en 1875 se publicó por entregas en The Atlantic, revista que, por cierto, se sigue publicando, aunque desde el año 2003 solo edita diez números anuales, por lo que la palabra Monthly ha sido eliminada del título.

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Henry James

Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916) es una de las más grandes figuras de la literatura anglosajona.Estudió entre Nueva York, Londres, París y Ginebra. En 1875 se estableció en Inglaterra y en 1915 obtuvo la nacionalidad inglesa. A los veinte años comenzó a publicar cuentos y artículos en revistas de EE.UU. Su obra incluye, además de unas veinte novelas y más de cien relatos, numerosos escritos sobre crítica literaria.

Obras asociadas
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