
Ficha técnica
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Traducción: Roser Vilagrassa|Colección: Literaturas | Páginas: 240 |Publicación: 08/02/2012| Formato:15×25 | Encuadernación:Rústica | Precio:18,50 euros |ISBN: 9788420406930
Jesusalén
Mia Couto
Jesusalén es un lugar recóndito, imaginario, situado en un antiguo campamento de cazadores, donde Silvestre Vitalício se refugia para emprender una nueva vida a la espera de que Dios se aparezca y le pida perdón por haberse llevado a su esposa. Con Silvestre viven sus dos hijos y el fiel militar Zacaria Kalash. En Jesusalén está prohibido cantar, rezar, leer, escribir, y hasta imaginar y soñar. El mundo se ha acabado y no existen las mujeres. O eso querría Silvestre.
«Una literatura sorprendente, nacida de las narraciones de mitos… Una obra mágica que alimenta el imaginario africano y la riqueza e inventiva de la lengua portuguesa.»
NICOLE ZAND, Libération
«La prosa de Couto te inicia, te indica el camino. Te relata el drama y el misterio… La vida y la muerte están tan relacionadas que son inseparables. Igual que la ficción y la realidad, hijas gemelas e intercambiables de la vida.»
XAVIER MONTANYÀ, La Vanguardia
Yo, Mwanito, el afinador de silencios
Escucho, pero no sé
si lo que oigo es el silencio
o dios.
[…]
Sophia de Mello Breyner Andresen
La primera vez que vi a una mujer tenía once años y me hallé, de súbito, tan desarmado que me deshice en lágrimas. Vivía en un descampado solamente habitado por cinco hombres. Mi padre había dado un nombre al lugar.Simplemente lo había llamado así: «Jesusalén». Aquélla era la tierra donde Jesús habría de descrucificarse. Y punto. Sin embargo, mi viejo padre, Silvestre Vitalício, nos había explicado que el mundo se había acabado y que nosotros éramos los últimos supervivientes. Más allá del horizonte, sólo había territorios sin vida, a los que él vagamente llamaba el «Otro-Lado». En pocas palabras, el planeta entero se reducía a un lugar vacío de gente, sin carreteras ni rastro de bicho viviente. En esos remotos parajes incluso las almas en pena se habían extinguido.
Por el contrario, en Jesusalén no había sino vivos.Desconocedores de cualquier nostalgia o esperanza, pero gente viva. Nuestra existencia era tan solitaria que ni siquiera sufríamos enfermedades y yo creía que éramos inmortales. A nuestro alrededor sólo se morían los animales y las plantas. Y en las épocas de estiaje, nuestro río sin nombre, un arroyo que corría detrás del campamento, moría de mentira.