Historia de Hollywood

Daniel Fuchs

GALLO NERO

En la primavera de 1937, Daniel Fuchs, después de haber cosechado un gran éxito con sus tres novelas sobre la vida de la comunidad judía en Williamsburg, llega a Hollywood para trabajar en la adaptación de uno de sus relatos cortos. Su contrato de trece semanas se convierte en residencia permanente y marca el comienzo de su gran historia de amor con el cine.

Escribir para la gran pantalla era un buen trabajo, recordaría más tarde, pero incluso mejores eran las propias películas: pequeños milagros para una audiencia masiva.

En sus relatos y ensayos desfilan productores, directores inescrutables y carismáticas estrellas del celuloide cuyas virtudes, defectos, egos y decepciones se hacían visibles en todo su relieve «porque la luz que el sol vertía sobre todo espacio era de una limpieza brillante».

Fuchs lo vio y lo registró todo con gran maestría; pasaba sus jornadas laborales escribiendo guiones, pero nunca dejó la prosa, publicando sus relatos en The New Yorker y Collier’s, así como en Commentary.

Historias de Hollywood reúne, por primera vez, lo mejor de su trabajo sobre el séptimo arte y registra los caprichos de la industria cinematográfica desde su Edad de Oro hasta el progresivo declive.

ESCRIBIR PARA LAS PANTALLAS:
UNA CARTA DESDE HOLLYWOOD (1962)

Estimados editores:

Gracias por su amable carta y sus halagos. Efectivamente, su intuición era acertada, me gustaría mucho comentar las dificultades que he encontrado y las bondades de escribir para las pantallas todos estos años. He tardado tanto en responder porque consideré que sería un gesto agradable (como respuesta por su cálida carta) enviarles el texto completo. No obstante, me ha llevado más tiempo del que supuse que necesitaría. Siempre me ha impresionado la seguridad y la plena convicción de las personas que atacan a Hollywood, pese a que quizá nunca hayan estado en el seno de la industria y por tanto no hayan tenido la oportunidad de conocer lo realmente arduas e intensas que son las condiciones de trabajo. Sin embargo, para mí la cuestión es más compleja, o quizá es que me gusta dejar que la mente vague y mi punto de partida es diferente. También es posible que, sencillamente, lleve demasiado tiempo aquí.

     Cuando llegué a California hace veinticinco años, me conquistó la intensa luminosidad, de una limpieza brillante, que el sol vertía sobre todo espacio. Escribí algunos textos desazonados sobre Hollywood, entre ellos un diario propiamente dicho o un relato titulado «La ciudad de los sueños o el lago adulterado». El estudio en el que trabajaba, RKO, en la calle Gower, parecía inundado por el sol, aturdido. Los pasillos del estudio estaban vacíos; se podía oír a un compositor que en algún lugar trabajaba con desgana en una melodía para un musical: «Oh, te adoooro, te adooooro, te adoooro… ¡pequeña maraviiiilla!». Todo el mundo permanecía escondido en sus oficinas. Lo que estuvieran haciendo allí, lo desconocía. Me dieron la bienvenida a la comunidad con una cortesía que en cierto modo no esperaba: los magníficos hermanos Epstein, que me abrieron camino y cuidaron de mí; Dorothy Parker, que me llamó y me presentó a un brillante grupo de personas, o al menos un grupo que yo consideré brillante; John Garfield, con su espíritu sincero y alegría incondicional; así como un hombre llamado Barney Glazer, ya fallecido, director durante un tiempo de los estudios Paramount. El señor Glazer tenía una bella propiedad en la avenida Chevy Chase de Beverly Hills.

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