
Ficha técnica
Título: Hermana muerte |Autor: Thomas Wolfe |Traducción: Juan Sebastián Cárdenas | Editorial: Periférica | Colección: Largo recorrido |Páginas: 96 |ISBN: 978.84.92865.95.6 | Precio: 14,50 euros
Hermana muerte
Tom Wolfe
«Uno de los textos más hermosos y enigmáticos de Thomas Wolfe» dijo William Faulkner de esta narración, de la que Wolfe escribió varias versiones. La muerte en Nueva York de cuatro personajes anónimos, y en momentos distintos, le sirve a nuestro autor para abordar uno de sus grandes temas: la desolación de las grandes ciudades contemporáneas.
La primera de esas muertes se produce en el simbólico mes de abril, durante el primer año de la vida del autor en Nueva York. «Hubo en ella algo especialmente cruel (…) clausurando toda esperanza y alegría en los corazones de los hombres que presenciaron el hecho, como transmitiéndoles al instante su juicio feroz e inexorable». A partir de ahí, la prosa volcánica de Wolfe nos arrastra desde el asfalto y los rascacielos hasta las catacumbas del metro en un viaje casi alucinado por el reinado de la muerte entre los hombres, a los que no sólo castiga, sino que también abraza. No cabe duda de que, en edio de la desgracia, se nos ofrece también un poco de consuelo, como en esa imagen bellísima: las brumas del caliente hedor a aceite, gasolina y caucho gastado se mezclan con la fragancia cálida y terrenal de los árboles, el olor a hierba y flores de los parques.
Hermana muerte
Hasta en tres ocasiones me había topado con el rostro de la muerte en la ciudad y ahora, en aquella primavera, volvíamos a vernos. Una noche -una de esas noches caleidoscópicas de locura, ebriedad y furia que conocí en aquel año, cuando merodeaba por la gran avenida de la oscuridad de sol a sol, desde la medianoche hasta el amanecer, cuando el mundo entero se proyectaba a mi alrededor en una danza descomunal y enloquecida- vi morir a un hombre en el metro.
Murió de un modo tan discreto que a muchos nos costó admitir que estaba muerto; su muerte fue sólo una suspensión instantánea y serena del movimiento de la vida, tan pacífica y natural en su curso que todos nos quedamos observándola con ojos de fascinación e incredulidad, reconociendo de inmediato el rostro de la muerte con una terrible sensación de familiaridad, que nos confirmaba que la conocíamos desde siempre y pese a ello, horrorizadosy atónitos como estábamos, nos resistíamos a aceptar su aparición.
Aunque las otras tres muertes que presencié en la ciudad se produjeron de una manera terrible y violenta, ésta perduraría finalmente en mi memoria con una cualidad majestuosa, aterradora y solemne que las demás no tuvieron.