Ficha técnica
Título: Henry y Cato | Autora: Iris Murdoch | Editorial: Impedimenta | Traducción: Luis Lasse | ISBN: 978-84-15578-54-3 | Encuad: Rústica | Formato: 14 x 20 cm | Páginas: 448 | PVP: 23,95 euros
Henry y Cato
Iris Murdoch
De la mano de una de las autoras más brillantes del pasado siglo, asistimos a un estimulante recorrido por los paisajes más sórdidos y también más generosos del alma humana.
Cuando Henry Marshalson y Cato Forbes se encuentran en Inglaterra después de varios años sin verse, su existencia no se halla en un momento precisamente fácil. Tras la muerte de su hermano mayor, Henry regresa de los Estados Unidos convertido en el heredero de una fortuna que no desea, de modo que decide deshacerse de todos sus bienes para disgusto de su madre. Cato, por su parte, se ve inmerso en una profunda crisis de valores que le lleva a replantearse cada una de sus creencias tras haberse enamorado de un seductor muchacho del barrio marginal de Londres en el que ejerce el sacerdocio. De manera inesperada, las vidas de estos dos hijos pródigos vuelven a mezclarse en una espiral de despropósitos y venganzas que van a desembocar en una sorprendente verdad: ninguno de los dos puede huir de sí mismo.
Joyce Carol Oates
COMIENZO DEL LIBRO
Cato Forbes había cruzado ya tres veces el puente ferroviario de Hungerford, de norte a sur la primera, de sur a norte después, y otra vez de norte a sur. Ahora iba retrocediendo muy despacio hacia el centro del puente. Respiraba hondo, atento al bullicioso contrapunto que se producía entre su aliento y los latidos de su corazón. Se sentía nerviosamente impulsado a retener más de la cuenta las inhalaciones y a boquear luego. En su funda, metido en el bolsillo del impermeable, el revólver se balanceaba irregularmente a cada paso contra su muslo, pesado e incómodo.
El reloj ya había marcado la media noche. Los últimos asistentes a los conciertos del Royal Festival Hall habían pasado camino de sus casas, pero ni siquiera entonces se hallaba totalmente solo en el puente. La niebla, que al principio le había sido grata, ahora le desconcertaba. Húmeda y gris como una gasa, surgía tenuemente oscilante del Támesis. Le rodeaba ocultando las luces del malecón y amortiguando los pasos de las figuras que se acercaban a él sin cesar, que se materializaban junto a él y que pasaban de largo con porte sospechoso. ¿O eran siempre del mismo hombre estas apariciones de sudario? ¿Se trataría, quizá, de algún policía de paisano que estuviera haciendo la ronda del puente?