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Ficha técnica

Título: Ese modo que colma | Autor: Daniel Sada | Editorial: Anagrama | Colección: Narrativas hispánicas | Género: Cuentos | ISBN: 978-84-339-7214-9 | Páginas: 192 |  PVP: 15,00 € | Publicación: 21 de Enero 2010

Ese modo que colma

Daniel Sada

ANAGRAMA

El norte de México y el desierto, el autor vuelve a sus territorios favoritos con estos cuentos de infortunio y gozo en los que relampaguea el humor. Así, en «El gusto por los bailes», nos encontramos con Rosita Alvírez, que una noche se fugó, porque ella quería justo aquello que su madre le prohibía, bailar. Dámaso, el protagonista de «Un cúmulo de preocupaciones que se transforma», tras una pelea con su mujer salió a pasear, y un inesperado torbellino cambió su realidad entera. «Crónica de una necesidad» es una historia de rivalidades sangrantes entre dos familias vecinas, «los feos» y «los guapos». Atilio Mateo, el burócrata de «Atrás quedó lo disperso», suele regalar El zafarrancho aquel de Via Merulana, de Carlo Emilio Gadda, a sus amistades, y todos pasan por experiencias terribles. Y en «Eso va a estallar», la aspiración del señor Fulano de Tal, que ha matado por lo menos a diez personas, es que sus horas de sueño tripliquen las de vigilia. En «El diablo en una botella», un grupo de amigos se reúne en la misma cantina cada semana hasta que uno de ellos comienza a recibir visitas diabólicas. Y en «Un camino siempre recto», todo comienza a torcerse cuando Arturo Garza asesina con su puñal a su empleado Cid Chavira. «La incidencia» cuenta cómo se cruzan americanas incestuosas, o insaciables, con un mexicano que les da clases de español. Julián, el niño de «Cualquier cosa va», juega a ser actor que interpreta todos los papeles, ante las burlas de sus primos, que ya montan a caballo. Y en el relato que da título al libro, sangriento, sarcástico y asombroso, hay una fiesta de narcos, cabezas cortadas en una hielera, dos grupos de música norteña y mujeres, y un fandango que va para largo… El otro gran protagonista de la literatura de Sada es el lenguaje. Porque como afirmó Roberto Bolaño, «él, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra de Lezama Lima».  

 

CRÓNICA DE UNA NECESIDAD  

    ¿Cuál fue el origen del problema? No había que indagar tan deprisa. Más bien podríamos ver las cosas de otra manera, empezar por los efectos más evidentes y de ahí ir hacia atrás, con cautela, desechando lo inservible. La depuración, sin embargo, nos daría un indicio nebuloso, poco menos atinado que incierto. Entonces despejar, liberar ¿cómo?

    Ésta era una calle de un fraccionamiento. Casas iguales todas, en serie, de gusto cumplidor, funcional. A la mitad de la cuadra se efectuaba una fi esta bullanguera, resonante al doble por la estrechez del espacio cerrado. Lo paradójico era que en la casa contigua, a la derecha, se efectuaba un funeral, uno (inevitable) donde había una buena cifra de visitantes tristísimos, mismos que no cabían en la salitacomedor, la cocinita, el portalito, esa planta baja tan apenas. De modo que muchos tenían que colocarse en la calle, rezar el rosario al aire libre, equidistantes: asunto que amenazaba con vencerse, que no se hiciera con la debida seriedad, porque curiosamente en la otra casa tampoco cabían los bailadores. O sea: bailar afuera, ¡ni modo!, confundirse con los rezadores penosos. Lo negro a fin de cuentas fue esto: hubo dos vaciladores, dos fulanos que no rezaban bien porque la música los contagiaba… Ese fl orecimiento accidental… Aquello pasó pronto, como a las ocho de la noche, siendo lo mencionado el principal efecto del problema.

    Movimientos medrosos de pies: ni tantos ni pocos. Se sobrentiende el disgusto naciente, sobre todo de aquellos que sí rezaban con absoluto respeto, en especial las señoras. Es que las mujeres cuando asumen algo lo hacen a fondo, con toda el alma; en cambio los hombres son más relajados, de criterio indulgente, son demócratas, respetuosos a medias, la hipocresía es el símbolo señero de la civilidad. Dicho lo anterior, prosigamos con lo de la necesidad: tenemos que decir que la música era dominante. Sonaba un merengue dominicano. El ritmo tenía a los bailadores como locos y, como se dijo, dos de los rezadores mascullaban sus padrenuestros y sus avemarías llevando el ritmo con balanceo de cintura y zapateo leve. Cosa cuerda, eso sí.

    Poco después sobrevino el descaro: de plano los vaciladores le dieron vuelo a la hilacha. Pero dejemos a estos sujetos actuando así para referirnos ahora a un imitador, uno que en principio bailaba con demasiados aspavientos y de pronto empezó a rezar (tenía buena madera de burlón), tarareaba al buen tuntún las oraciones. Hay que imaginar los dos últimos misterios del rosario rezados a ritmo de merengue. Tres eran, ¡tres nada más! Luego apareció la indignación, tenía que ser. Hubo reproches discretos, aislados. Las señoras no soportaban lo visto de refi lón. Una de ellas propuso que los rezadores se metieran al espacio del funeral y los bailadores al de la fi esta. Obediencia pausada, pero el retaco en ambas casas…, imposible la cabida. Los vaciladores se quedaron allá afuera haciendo lo ya dicho, todavía continuaba su habilidad. Se reitera: fue imposible el retaco, que trataron pues sí trataron, pero cuéntense los empujoconcluyente ¿tal vez? Esa consecuencia ¡nunca!: y: alguien tuvo la inteligencia de frenar lo que se antojaba que sucedería, sin más. Entonces otra vez la gente a la calle. Esas casas contaban con un jardín frontal demasiado simbólico, deducción: nadie allí rezando, pues. De manera parecida ocurrió en la casa de la fi esta. Si se amontonaba la gente, nadie podría bailar a sus anchas. La apretura sería exasperante. Podría el alud humano derribar el aparato de sonido, las bocinas, las botanas que estaban puestas en recipientes de vidrio y sobre cuatro mesitas esparcidas; o sea: ¡ni por error el embutido humano!, es que poco a poco empezarían los sudores, la molestia, la pestilencia, los insultos inevitables, por lo cual: la calle pavimentada se convertía a fuerzas en el mejor espacio para bailar bien.

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Daniel Sada

Daniel Sada (Mexicali, México, 1953) estudió periodismo. Ha publicado los libros de relatos Juguete de nadie y otras historias (1985), Registro de causantes (1992, Premio Xavier Villaurrutia), El límite (1996), y las novelas Lampa vida (1980), Albedrío (1988), Una de dos (1994), llevada al cine en 2002, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999, Premio José Fuentes Mares), que tuvo un gran éxito de crítica y de público, un gran hito de la narrativa mexicana, Luces artificiales (2002), Ritmo Delta (2005, Premio de Narrativa Colima) y La duración de los empeños simples (2006). Sobre Daniel Sada se ha dicho: «No es tanto un narrador como una prosa. Llamarlo estilista es denigrarlo. Es uno de los formalistas más extremos del idioma, el más arriesgado de los mexicanos» (Rafael Lemus, Letras Libres); «Un narrador profundamente cercano a la esencia del hombre» (Álvaro Mutis); «Sada renovó la novela mexicana con Porque parece mentira la verdad nunca se sabe» (Juan Villoro); «En cada línea, en cada libro, a lo largo ya de muchos años, Daniel Sada ha resultado ser el hombre-novela de su generación. Pocos como él tan enamorados, con doloroso empecinamiento, de la forma, orfebre para quien -rareza entre los novelistas- cada palabra pesa en oro» (Christopher Domínguez Michael); «Daniel Sada será una revelación para la literatura mundial» (Carlos Fuentes); Daniel Sada, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra de Lezama, aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que se presta bastante bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto» (Roberto Bolaño).

Obras asociadas
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