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Ficha técnica

Título: Ensayos sobre el silencio | Autora: Marcela Labraña | Editorial: SiruelaColección: El Árbol del Paraíso 90 | Encuadernación: Rústica con solapas (Disponible en EPUB y Kindle) | Dimensiones:160 x 240 mm| Páginas: 312 | Fecha: 2017 | ISBN: 978-84-17041-53-3 | Precio: 21,95 euros | Ebook: 11,99 euros

Ensayos sobre el silencio

Marcela Labraña

SIRUELA

 

En una conocida anécdota, el compositor John Cage cuenta que se introdujo en una cámara anecoica con la esperanza de escuchar el silencio absoluto. Llevaba poco rato encerrado cuando escuchó dos sonidos, uno agudo y otro grave. El ingeniero encargado de la cámara le explicó que el agudo era el ruido de su sistema nervioso y el grave, el de su sangre circulando.

«En realidad», concluyó Cage, «por mucho que intentemos hacer un silencio, no podemos». No podemos, en efecto, acceder a ese silencio total pero podemos reflexionar, imaginar e intentar representar su complejidad e intensidad. En estos ensayos Marcela Labraña recorre y compara algunas de sus entonaciones en distintas épocas y culturas: el trayecto del gesto harpocrático desde sus orígenes herméticos hasta hoy, un mapa vacío de Lewis Carroll, un plano imposible de Juan Luis Martínez, los monocromos de Yves Klein, las curiosas páginas de Laurence Sterne, un poema erótico de Octavio Paz.

Estos y otros ejemplos analizados en este libro -écfrasis, poemas visuales, emblemas, ilustraciones, catálogos, cartografías y cuadros- se sitúan en la encrucijada entre la literatura y las arte visuales, por lo que se resisten a un estudio estrictamente disciplinario. Así, se despliega la naturaleza heterogénea del silencio, que opera como señal de respeto ante los misterios divinos, estrategia política o síntoma de una dificultad expresiva, pero también como signo de ironía, de absurdo existencial o de plenitud. 

 

Introducción

El silencio, habría confesado Pedro a Judas Iscariote, era lo único que añoraba de su antiguo oficio de pescador: «El silencio de los peces cuando mueren. El silencio durante el día. El silencio al atardecer. El silencio en el curso de la pesca nocturna. El silencio del alba, cuando la barca regresa a la orilla y la noche se disipa poco a poco en el cielo junto con el frescor, los astros y el miedo».1 La experiencia nos dice, sin embargo, que esos sugerentes silencios están lejos de ser absolutos: constituyen, más bien, una invitación a escuchar con atención. Si caminamos por el campo, por ejemplo, podremos percibir, como Horacio hizo hace mucho tiempo, que «el silencio, incluso a mediodía, hasta en el momento del torpor más grande, el verano, «zumba» en las riberas inmóviles de los ríos».2 El acallamiento total del interior de nuestros cuerpos es igualmente inalcanzable. En una conocida anécdota, el compositor John Cage cuenta que se introdujo en una cámara anecoica con la esperanza de escuchar ese silencio, pero pronto escuchó dos sonidos, uno agudo y otro grave. El ingeniero encargado de la cámara le explicó que el agudo era el ruido de su sistema nervioso, y el grave, el de su sangre circulando. «En realidad», concluyó Cage, «por mucho que intentemos hacer un silencio, no podemos».3

El silencio, no obstante, es una de las experiencias humanas más intensas. Ana María Ochoa plantea, desde la perspectiva de los estudios sonoros, que representa un rango de emociones que van desde la quietud hasta el miedo a lo desconocido.4 Quienes han analizado su función musical también reconocen la diversidad de significados que puede cumplir tanto para el auditor como en la estructura de una obra.5 En La música y lo inefable Vladimir Jankélévitch señala que «se puede distinguir un silencio antecedente y uno consecuente; son, uno respecto del otro, como alfa y omega. El silencio-antes y el silencio-después no son más «simétricos» entre ellos que el comienzo y el fin o el nacimiento y la muerte».6 Asimismo, muchos compositores han intentado expresar sus contemplaciones silenciosas a través de los sonidos. Un ejemplo muy significativo son las piezas para piano de Frederic Mompou, inspiradas en san Juan de la Cruz y su «música callada».7


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1 Quignard, El odio a la música, pág. 83.
2 Op. cit., pág. 25.
3 Silencio, pág. 8.
4 En Novak y Sakakeeny (eds.), Keywords in Sound, pág. 183.
5 Lissa, «Aesthetic Functions of Silence and Rests in Music», pág. 443. Complementar con «The Aesthetics of Silence in Live Musical Performance» de Jennifer Judkins (Journal of Aesthetic Education, vol. 31, n.o 3, 1997: 39-53).6 Pág. 201.
7 Nicky Losseff y Jenny Doctor, editoras de Silence, Music, Silent Music, págs. 4-5.
 

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Marcela Labraña

MARCELA LABRAÑA (Concepción, Chile, 1971) es doctora en Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra. Enseña en la Pontificia Universidad Católica de Chile y la Universidad Finis Terrae. Ha publicado ensayos sobre literatura, estética y artes visuales. Participó en la reedición facsimilar de los libros Xeno/fremd y Stamp Book del poeta visual Guillermo Deisler, y editó junto a Felipe Cussen Mil versos chilenos (2010). Es una de las fundadoras de la Oficina de la Nada.

Obras asociadas
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