Ficha técnica
Título: El mudo y otros textos| Autor: Carson McCullers | Ilustraciones: Sara Morante |Prólogo: Rodrigo Fresán ||Traductor: José Luis López Muñoz | Editorial: Seix Barral| Colección: Biblioteca Formentor | Formato: 13,3 x 23 cm. | Presentación: Rústica con solapas | Páginas: 136 | Fecha: jun-2017 | ISBN: 978-84-322-3256-5 | Precio: 16,50 euros
El mudo y otros textos
Carson McCullers
Estas páginas presentan el esbozo inicial de la novela El corazón es un cazador solitario -titulada en un principio «El mudo»- y revelan el proceso de creación del personaje más emblemático de McCullers. Añade también otros escritos de la autora sobre literatura y escritura.
CÓMO EMPECÉ A ESCRIBIR
En nuestra vieja casa de Georgia teníamos dos cuartos de estar -uno detrás y otro delante- con puertas plegables entre los dos. Era allí donde hacíamos la vida familiar y también donde representábamos mis espectáculos. El cuarto delantero era el auditorio y el trasero el escenario. Las puertas plegables, el telón. En invierno, la luz del hogar de la chimenea parpadeaba sombría y se reflejaba en las puertas de nogal, y en los últimos tensos momentos antes de alzarse el telón se advertía el tictac del reloj sobre la repisa de la chimenea, el viejo reloj de pie, con el cristal en el que estaban pintados los cisnes. En verano el calor era sofocante en las dos salas hasta el momento de alzar el telón, y al reloj lo silenciaban los silbidos de los jardineros negros y de las radios lejanas.
En invierno, flores de escarcha brotaban en los cristales de las ventanas (los inviernos en Georgia son muy fríos), y las habitaciones tenían corrientes y estaban silenciosas. En verano las ventanas abiertas hacían que se agitaran las cortinas con cada soplo de la brisa, llegaba el olor de las flores recalentadas por el sol y, hacia el crepúsculo, también el del césped regado. En invierno tomábamos cacao después de la función, y en verano, naranjada o limonada. En verano y en invierno los bollos eran siempre los mismos. Los hacía Lucille, la cocinera que teníamos por entonces, y nunca he probado otros tan deliciosos como aquéllos. El secreto de su éxito residía, creo yo, en que nunca le salían bien. Se trataba de magdalenas de pasas y chocolate que no subían como pide la receta, de manera que carecían propiamente de abultamiento: lo que hacían era estar húmedas, ser planas y tener las pasas muy juntas. El encanto de aquellas magdalenas era por completo accidental.