Ficha técnica
Título: El vivo | Autora: Anna Starobinets | Introducción: Julián Díez | Traducción: Raquel Marqués García | Editorial: Nevsky | Diseño de portada: Zuri Negrín | Género: Novela | ISBN: 978-84-939358-6-3 | Páginas: 384 | Formato: 15 x 21 cm.| Encuadernación: Rústica | PVP: 22,80 € | Publicación: 2012
El vivo
Anna Starobinets
El mundo tal y como lo conocemos ha llegado a su fin. Después de la Gran Reducción, la población de la Tierra se mantiene fija en tres billones de habitantes. Nadie muere: al final de sus vidas las personas renacen en algún otro lugar del globo; un código de encarnación manteine la información sobre sus vidas previas.
Ya no hay individuos, cada ser humano no es más que un elemento en una conciencia mayor, El Vivo. Este cerebro central lo decide todo: dónde vivirán las personas, cómo será su trabajo, cuánto tiempo se les permitirá sobrevivir en su encarnación actual… Hasta que nace un ser sin código, y todo el sistema planetario se ve amenazado.
PRIMERA PARTE
Hanna
Documento n.º 1 (anotación personal del arrendatario)
Septiembre del 439 d. N. V.
Primer día de la luna menguante
AL PRINCIPIO, EL MÉDICO QUE ME HIZO LOS ANÁLISIS NO PARECÍA MUY preocupado. Solo dijo que la conexión había fallado y que había que repetirlo todo, y que sentía haberme hecho esperar. Se quedó quieto, sin parpadear, y me observó por todos lados; pareció atravesarme con la mirada. Las pupilas se le hacían grandes y pequeñas de manera convulsiva y desacompasada. Después se le estabilizaron, y cerró los ojos, como si no pudiera controlar tres capas. Pero tres capas no son nada para los médicos… Eso quería decir que se hundió más profundamente. ¿Para qué? La consulta apestaba a sudor, y yo trataba de contener la respiración. Tenía los párpados, la frente y las aletas de la nariz húmedos, y le brillaban, y pensé: «A este médico le pasa algo, es él quien falla, la conexión va la mar de bien…».
Cuando volvió a abrir los ojos, su expresión era la misma que si hubiera visto la clave del Hijo del Carnicero o, para ser más exactos, no la clave, sino al Hijo en persona, con su sonrisa cansada del buen trabajador y el hacha ensangrentada y maloliente, como en la serie El asesino inmortal.
-Tengo que repetir el proceso -dijo, y vi que le temblaban las manos.
-¿Otra vez? Esta será la tercera…
No contestó. Se limitó a extraerme el sensor del vientre, y a ponerme otro exactamente igual.
Estuvimos un minuto en silencio; yo, en aquel sillón enorme y frío, y él, enfrente de mí. Pensé en que si dentro de mí hubiera alguien de la lista negra, algún maniaco como el Hijo del Carnicero o el Maldito, nunca jamás lo vería, no lo vería ni una sola vez, lo meterían en una celda del reformatorio, le darían de comer tres veces al día y no le dirigirían la palabra, se moriría sin que nadie le hubiera dicho nunca ni una sola palabra, y jamás entendería nada de nada. Pensé en lo hipócrita que era llamar reformatorios a aquellos sitios. Nadie intentaba reformar a nadie jamás. Los metían allí, y punto. Los tenían con la barriga llena y calladitos.