Carlos III (1716-1788) es el representante más destacado del «Grand Tour», compendio de la alta cultura europea del Siglo de las Luces, según lo atestigua su viaje a Italia, en 1731, para hacerse cargo del ducado de Parma, ser proclamado en Florencia príncipe heredero de Toscana y hacer una entrada apoteósica en Roma después de fundar el reino de las Dos Sicilias, donde patrocinará las excavaciones de Herculano y Pompeya poniendo así las bases a la arqueología científica y al gusto neoclásico que imperará en la Europa de finales del siglo XVIII y buena parte del XIX.
Al dejar Italia en 1749 y pasar a reinar en España, «El Reino de las Luces» adquiere una dimensión planetaria gracias, entre otras cosas, a las expediciones de carácter científico que el rey promueve, dando así lugar al nacimiento de la etnología, la antropología cultural, la lingüística comparada y otras ciencias que protagonizan intelectuales españoles de ambos hemisferios.
Además de esos viajes al «fin del mundo» en los que vemos culminar el «Grand Tour» del monarca, «El Reino de las Luces» relata las primeras excavaciones extraclásicas -las de las ruinas mayas de Palenque-, y el hallazgo de la Piedra del Sol (o Calendario Azteca) que se produce en la Plaza del Zócalo de México pocos meses después de la muerte de Carlos III.
Estos temas se complementan con otros relativos a la política interior de España, como la expulsión de los jesuitas y el motín de Esquilache, la política exterior -así la decisiva ayuda de España a la independencia de Estados Unidos- y la transformación de Madrid en la Ciudad de las Luces.
EL REY ARQUEÓLOGO
De risoluto progresso, así califica Benedetto Croce la política de Carlos VII. En efecto, el joven monarca actúa con firmeza contra los abusos de que hacían víctima al pueblo los poderosos, unifica las once legislaciones que estaban en vigor cuando llegó al trono, agiliza los trámites judiciales al tiempo que la lengua italiana va sustituyendo al latín en los procesos, firma tratados comerciales con diferentes naciones, solicita al monarca español permiso para establecer una compañía que comercie con América, que hasta entonces era un mercado reservado a España, fomenta manufacturas de todas clases, entre otras la de mosaicos y porcelana de Capodimonte, inspirada en la de Meissen (Dresde), que conoce por su esposa, atrae a su reino a extranjeros útiles otorgándoles el libre uso de sus religiones, llama, en particular, a los judíos que, expulsados por Carlos I en 1540, pueden retornar gracias al edicto de 3 de febrero de 1740 que les concede un salvoconducto para que puedan venir a comerciar y a establecer su domicilio en las Dos Sicilias, y les otorga una cierta paridad con los súbditos napolitanos. Esta medida dará lugar a numerosos pasquines críticos, entre los cuales hay uno que dice: Infans Carolus, Rex Judaeorum.
El monarca firma un tratado de paz con la Sublime Puerta para asegurar el tráfico y navegación en el Mediterráneo -de donde resulta el normal intercambio de embajadores entre Estambul y Nápoles-, permite la libre exportación de los granos sobrantes, limpia el puerto de Nápoles, que se hallaba casi abandonado, para facilitar esa exportación, facilita la comunicación viaria con el puerto y la Magdalena, reforma la administración de aduanas, regula las tarifas portuarias, restablece los arsenales y la marina, hace fundir cañones para armar los buques, abre un canal de comunicación entre el Mediterráneo y el Adriático, construye una nueva sede para la Universidad, crea la Biblioteca Real a partir de la Farnesina traída de Parma y funda el Albergo dei Poveri, enorme edificio de más de 350 metros de fachada y con capacidad para dos mil asilados, que se asemeja al hospital de San Carlos que, años después, erigirá en Madrid y que actualmente aloja al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
El Tratado de Aranjuez, firmado en 1752, proporciona cuarenta años de paz en Italia. Paz que se ve reforzada con el matrimonio de la hija de Carlos III, María Luisa, con el segundo hijo de la emperatriz María Teresa, Leopoldo, que más tarde llegará a ser emperador. Otra hija de la emperatriz, María Carolina, queda prometida como esposa del que será el heredero de Carlos III en el trono de Nápoles.