
Ficha técnica
Título: El mundo y el pantalón | Autor: Samuel Beckett | Editorial: Elba | Colección: Elba Minor | Fecha: 2017 | Páginas: 93 | ISBN:978-84-945524-7-2 | Precio: 12,50 euros
El mundo y el pantalón
Samuel Beckett
Uno dirá: «No puedo ver el objeto, para representarlo, porque el objeto es lo que es». El otro: «No puedo ver el objeto, para representarlo, porque yo soy quien soy». Siempre ha habido estas dos clases de artistas, estas dos clases de impedimento, el impedimento-objeto y el impedimento-ojo.
Pero estos impedimentos ya se tenían en cuenta. Estábamos acostumbrados a ellos. No formaban parte de la representación, o apenas. Ahora, forman parte. Yo diría incluso que la mayor parte. Se pinta aquello que impide pintar.
A partir de este momento la pintura puede tomar tres caminos. El camino de vuelta a la antigua ingenuidad, a través del invierno de su abandono, el camino de los arrepentidos. Luego el camino que no es un camino, sino una última tentativa por vivir en el país conquistado. Y finalmente el camino hacia delante de una pintura que se preocupa tan poco de un caduco convencionalismo como de los hieratismos y amaneramientos de las experimentaciones superfluas.
Samuel Beckett
[Comienzo del libro]
EL CLIENTE: Dios hizo el mundo en
seis días, y a usted no le da vergüenza
necesitar seis meses para hacerme
un pantalón.
EL SASTRE: Pero, señor, mire usted el
mundo, y mire su pantalón.
Para empezar, hablemos de otra cosa, hablemos de antiguas dudas, caídas en el olvido, o reabsorbidas en elecciones que no las tienen en cuenta, en eso que se ha convenido en llamar obras maestras, tostones y obras de mérito.
Dudas de aficionado, por supuesto, de aficionado prudente, como les gustan a los pintores, que llega balanceando los brazos y balanceando los brazos se va, y la cabeza saturada por lo que ha imaginado vislumbrar. Qué chorrada las preocupaciones del artista al lado de las angustias del aficionado, que nuestra iconografía de cuatro cuartos ha atiborrado de fechas, de períodos, de escuelas, de influencias, y que sabe distinguir, tan sensato como es, entre una aguada y una acuarela, y que de cuando en cuando imagina que algo le gusta, conservando siempre una mente abierta. Porque el pobre hombre piensa que no debe permanecer indiferente ante nada que sea pintura.