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Ficha técnica

Título: El imperio de la luna de agosto | Autor(es): S. C. Gwynne | Editorial: Turner | Colección: Noema | Encuadernación: Rústica con solapas | Dimensiones: 14 x 22 | Páginas: 488 | ISBN: 978-84-7506-523-6 | Idiomas: Español | Precio: 28,00 €

El imperio de la luna de agosto

TURNER

 

Quizá al lector le sea más familiar el nombre de los apaches o el de los sioux, pero la gran tribu guerrera india, la última que resistió al hombre blanco, fue la de los comanches. Extraordinarios jinetes, enemigos terribles y de impresionante capacidad estratégica, los comanches fueron los últimos en vender sus tierras, los últimos en aceptar la vida en las reservas, los últimos en defender un país que moría con ellos.

Este libro, una obra maestra de la narración histórica y épica, relata dos historias paralelas: la de una tribu que simbolizó la cultura autóctona americana; y la de su último jefe, Quanah Parker, hijo de un comanche y una prisionera blanca, el hombre que, al mando de solo tres mil comanches en su última época, plantó cara a todo el ejército estadounidense. Como telón de fondo, la guerra de Secesión y cuatro décadas de intensa historia, bajo el ataque de los colonos que trataban de conquistar Tejas, los españoles que llegaban desde México y los franceses que presionaban desde Luisiana.

 

I

UN NUEVO ESTILO DE GUERRA

 

Todo soldado de caballería recordaba momentos como esos: el polvo arremolinado al paso de las mulas de carga, las cornetas del regimiento rasgando el aire, los bufidos de los caballos, el traqueteo de los arreos entre las filas de jinetes, y la vieja canción de la compañía resonando al viento: «¡vuelve a casa, John! No tardes. ¡Vuelve a casa con tu amorcito!». Era el 3 de octubre de 1871. Seiscientos soldados y veinte exploradores tonkawa habían vivaqueado en un bello meandro del Clear Fork, un ramal del río Brazos, en una pradera ondulada y agreste, salpicada de robles enanos, salvia y matorral, a unos doscientos cincuenta kilómetros al oeste de la localidad tejana de Fort Worth. Al amanecer, tras levantar el campamento, reemprendieron la marcha formando una larga columna que serpenteaba entre los profundos ribazos y los arroyos cenagosos. Aunque en ese momento no lo sabían -la simple idea les habría parecido absurda-, el eco de las caballerías en aquella mañana de otoño señalaba el comienzo del fin de las llamadas guerras indias de estados unidos, una sangrienta contienda que venía librándose desde hacía dos siglos y medio, prácticamente desde que el primer barco europeo recalase por primera vez en las fatídicas costas de virginia.

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