Ficha técnica
Título: El arte de la defensa | Autor: Harbach, Chad | Editorial: Salamandra | Colección:
Narrativa | Traducción: Isabel Ferrer Marrades | ISBN: 978-84-9838-499-4 | Núm. pags.:
544 | Tipo edición: Rústica | PVP: 22,00 euros
El arte de la defensa
Chad Harbach
El arte de la defensa, una historia mágica y melancólica sobre la amistad y la madurez, marca la aparición de un escritor con un talento excepcional. La novela de Chad Harbach se ha convertido en uno de los más impactantes debuts en el panorama literario estadounidense. Ha suscitado un unánime entusiasmo y ha sido elogiada con igual ardor por Jonathan Franzen y John Irving, por The New Yorker y la revista de Oprah Winfrey. El New York Times la eligió como una de las diez mejores obras de ficción de 2011 y desde entonces se mantiene en las listas de los más vendidos. El arte de la defensa se publicará en más de quince países y será llevada a la televisión.
La novela narra cinco vidas ligadas por un acontecimiento fortuito. Henry Skrimshander, un excepcional jugador de béisbol con un don natural, llega a una pequeña universidad con una misión: rescatar al equipo de otra desastrosa temporada. La buena estrella de Henry deslumbra a agentes y ojeadores y lleva al equipo a los mejores resultados de su historia. Pero un lanzamiento fallido, que ha realizado con éxito un millar de veces, tendrá consecuencias devastadoras. El ascenso y caída de Henry, marcado por la relación de amistad y dependencia con el compañero de equipo que lo descubrió, sirve de catalizador del resto de las historias.
En El arte de la defensa, extrañas simetrías, giros inesperados de la fortuna y pruebas del delicado equilibrio entre la voluntad individual y el destino, sirven a Chad Harbach para trazar un adictivo retrato de la América contemporánea, marcado por un fascinante y conmovedor realismo psicológico. Harbach tiene el don de escribir con emoción sin caer en el sentimentalismo, y de crear con humor personajes que permanecen en la mente y el corazón del lector.
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Schwartz no se fijó en el chico durante el partido. Mejor dicho, únicamente se fijó en lo mismo que todo el mundo: que era el jugador más enclenque y escuálido del campo, una auténtica novedad en un parador en corto, rápido de pies pero flojo con el bate. Sólo después del partido advirtió la elegancia que acompañaba sus movimientos, cuando el chico, Henry, volvió al diamante abrasado por el sol para atrapar unas bolas rasantes más. Era el segundo domingo de agosto, en el verano anterior al segundo curso de Schwartz en el Westish College, ese pequeño centro universitario situado junto al pulgar del guante de béisbol que es Wisconsin. Había pasado el verano en Chicago, su ciudad natal, y en las competiciones estivales promovidas por la Legión Americana su equipo acababa de derrotar a un puñado de campesinos de Dakota del Sur en las semifinales de un torneo sin nombre. El escaso público, unas decenas de personas desperdigadas por las gradas, aplaudió sin demasiado entusiasmo cuando el último jugador quedó eliminado. Schwartz, debilitado a lo largo del día por los calambres que le causaba el calor, lanzó al suelo la máscara de receptor y dio unos pasos vacilantes hacia la caseta. Mareado, desistió, se dejó caer en tierra y apoyó la dolorida espalda contra la alambrada. Aunque ya atardecía, el sol seguía brillando inclemente. Desde el viernes por la noche, había jugado cinco partidos, asándose como un escarabajo bajo su negro equipo de receptor.