
Ficha técnica
Título: Disculpe que no me levante | Varios Autores | Editorial: Demipage | Colección: Narrativa latinoamericana | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-942622-0-3 | Páginas: 398 | PVP: 19,00 euros | Ebook
Disculpe que no me levante
Veinte autores mexicanos
En la muerte solo sucede la muerte, pero los funerales fingen atender a la muerte para dejar que otras cosas sucedan. Por su naturaleza escénica, de entrega, dolor y disimulos, hemos querido dedicarles el libro que tiene usted entre las manos. Se trata de una antología compuesta por cuentos inéditos de veinte autores latinoamericanos que cuentan entre veintitantos y cuarenta y pocos años.
A los apasionados de los criterios, que los habrá, hemos de decirles que, por encima de la nacionalidad y la fecha de nacimiento, nos planteamos uno mucho más firme: que todos fueran autores vivos. ¿El motivo? Cobardía: nos daba miedo lo que pudieran contarnos aquellos escritores que ya han conocido la muerte.
Cómicos o dramáticos, fantásticos o realistas, estilizados o prosaicos, leyendo estos cuentos, el lector se dará cuenta de que la muerte tiene una fecha y una hora precisas, pero no hay forense que certifique la duración de un funeral o el momento concreto en el que cesa el desasosiego de haber asistido a la muerte ajena. Seguramente porque dura hasta la propia.
PÁGINAS DEL LIBRO
AY
Ay, el olor ya se había levantado, lo había removido y revuelto el portazo de tu padre; yo apenas lo percibía pero él se asomaba al galpón y se ponía la mano sobre la nariz, sobre la boca, cerraba los ojos y con un hilo de voz nos alertaba del aire irrespirable, luego lanzaba un suspiro y partía hacia la calle en busca de la esquina. No era la esquina lo que buscaba, no eran los fierros retorcidos del accidente ni la sangre de los muertos. Tu padre iba en busca de la mano extraviada. La mano que habías perdido, Aitana, en algún lugar de la avenida. Ojalá nunca la encontrara tu padre en los alrededores del paradero, que no hurgara en los basureros, que no preguntara a nadie por tu mano en el comercio. Tu mano continuaría perdida y tú no tendrías que irte, Aitana; podríamos seguir aplazando la despedida. Aguardábamos las dos (sobre todo yo, Aitana, sobre todo) el regreso de tu padre con las manos vacías. Pasábamos las horas repasando una y otra vez los pormenores del accidente, del accidente Aitana, ay, la infortunada tarde en que intentaste alcanzar esa micro que no iba a detenerse. Tan descuidada y desconsiderada, Aitana, pasaste junto a la cola despreciando la impaciencia de los que esperaban hacía horas en el paradero: todos esos trabajadores de la construcción que habían abandonado temprano sus huecos edificios de hormigón, las inefables secretarias con las tapillas gastadas por la demora, los estudiantes de uniforme, las madres, sus guaguas.