Ficha técnica
Decencia
Álvaro Enrigue
¿Qué hubiera sucedido si dos guerrilleros marxistas hubieran convivido por unas horas con un general revolucionario de sombrero y cananas? En Decencia, dos aspirantes a combatientes clandestinos hacen estallar una bomba en el consulado de los Estados Unidos en Guadalajara. Durante su trabajoso escape, dirigido por una lavandera que igual teje una cobija que corta cartucho en una escuadra .38, tendrán que viajar por carreteras cada vez menos transitadas en las que se encontrarán el pasado que los puso donde están, pero también el futuro que los espera (gane o pierda su causa).
Aunque Decencia es una novela sobre la topografía del tiempo -sus pliegues, sus vueltas, sus valles-, es también una historia escrita con sudor y saliva: un viejo es secuestrado por un par de revolucionarios en los años setenta. A un niño le estalla en la cara la Revolución mexicana de principios del siglo veinte. El viejo recuerda al niño que fue; y el niño, al viejo que será. En medio de todo las piezas que explican al uno y al otro: el primer cigarro, la primera función del cinematógrafo, el primer muerto, los «ojos asemillados de la Flaca Osorio», el Arcángel Cisniegas, compadre y asesino de todos los revolucionarios.
Decencia celebra y parodia con idéntica vehemencia las ambiciones de totalidad de las grandes narrativas latinoamericanas. Más que hacer sumas y restas, corta transversalmente, abre y cierra ángulos, no deja un respiro. Es al mismo tiempo un bildungsroman subvertido por el caos de la experiencia recobrada y una road novel que dura cien años.
Si algo ha distinguido los libros de Álvaro Enrigue es la violencia con que replantea las fronteras de lo novelístico, con que sondea los límites de los géneros literarios bajo una sola consigna: someter al tiempo- inexorablemente rígido y lineal- a la lógica mucho más plástica y flexible del lenguaje. Hay un solo axioma que el lector tiene que conceder para habitar de lleno el universo de Decencia: el futuro puede modificar el pasado y todos podemos recordar el futuro.
PRIMERAS PÁGINAS
La Flaca Osorio tenía los ojos hondos, tristes y asemillados; la voz grave, un poco nasal por el acento manerado que se copió de las niñas ricas de la ciudad de México, y una conversación aguda y volátil que había ido fraguando en las farras internacionales a las que había asistido con su hermana mayor, actriz de cine. Lo más visible de su cara era una nariz al mismo tiempo redonda y respingada, toda carácter. Tenía los huesos fuertes guardados bajo una piel mate que le quedaba a la medida. Olía a panadería, sobre todo debajo del lóbulo de las orejas y -¿direlo?- entre los pechos. Era alta y delgada, aunque en el mundo de famélicas en el que las taradas de mis hijas están criando a las nietas la hubieran considerado repuesta. Tenía la boca acanelada y en punta, casi una trompa, y en ella se gestaba una saliva fresca y fina, con un discreto dejo picante. La rosa entre sus piernas sabía francamente a pimienta. Era dueña de una espalda acerada en cuyo centro derrotaba la nave de una mancha de Bering; el cordón de sus vértebras descendía sin exabruptos hasta unas nalgas altas y fuertes. Tenía un solo defecto: estaba casada con el teniente coronel David Ignacio Jaramillo, mi cliente, compadre, amigo y protector.