Ficha técnica
Título: Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo | Autora: Graciela Speranza | | Editorial: Anagrama | Colección: Argumentos | Páginas: 264 | Fecha: ene-2017 | ISBN 978-84-339-6411-3 | Precio: 19,90 euros
Cronografías
Graciela Speranza
Si el culto moderno a la velocidad consagró la técnica como adelantada de un promisorio porvenir y alumbró la primera vanguardia, el futurismo, el nuevo siglo parece habernos sumido en un desalentador presentismo, un presente embriagado de presente incapaz de anticipar el mañana.
La expansión del consumo, con sus ritmos cada vez más acelerados de producción y obsolescencia, y la revolución digital, con sus redes de conexión instantánea y su frenesí de demandas, han comprimido la experiencia en un tiempo devorador, un tiempo sin tiempo. No sorprende que la escasez de tiempo esté en el centro de la colonización maquínica de la vida cotidiana en la era digital, y en las crecientes alertas de científicos y pensadores sobre los cataclismos ambientales que el hombre mismo ha desatado y que amenazan su supervivencia en el planeta.
Pero el arte y la literatura no se resignan. Quieren salir de la monocronía obligada, desvelarla, transformar el tiempo perdido del consumo disciplinado en experiencia estética del tiempo recuperado. Contra la ficción global del tiempo único y la historia del arte lineal, también los relatos críticos que hoy las convocan quieren recuperar el espesor caleidoscópico del presente y la soberanía de lo anacrónico. «Sólo a través del tiempo», escribió T. S Eliot, «el tiempo se conquista.»
Las obras de artistas y escritores del siglo XXI que Graciela Speranza reúne en este ensayo vehemente e iluminador renuevan sus medios y sus formas en cronografías singulares hechas de imágenes, ficciones, objetos y presencias que rizan el tiempo, lo pliegan, lo expanden, lo desaceleran. Invierten o enloquecen la flecha del tiempo, se liberan de la tiranía de los relojes, tensan la duración del presente o componen constelaciones con restos de otros lugares y otros tiempos. La constelación mayor que las alberga deja que las obras mismas guíen el relato y el pensamiento, y que en las figuras que componen se perciban las luces y la oscuridad de nuestra época. Aspira a que cada una brille con su propia intensidad en una nueva cartografía imaginaria que desconoce otras cotas y fronteras.
«La autora parece tener en los ojos una luz que le permite ver entre las tinieblas teóricas» (Estrella de Diego, El País).
«Una de las intelectuales argentinas más originales de los últimos tiempos» (Jimena Néspolo, Quimera).
Prólogo
Tiempo transfigurado
Seguramente había visto ya El tiempo atravesado en alguna de las muchas reproducciones que han convertido a Magritte en abanderado involuntario de la pérdida del aura, pero diría que vi la obra por primera vez en noviembre de 2013 en la retrospectiva del Museo de Arte Moderno de Nueva York, The Mistery of the Ordinary. Entre las más de ochenta obras que se exhibían en el MoMA, la imagen salió de la escena y vino a punzarme como el punctum de la muestra, con su doble estocada, como siempre en Magritte, de imagen y palabra. El tiempo atravesado (traducción fiel del título en inglés Time Transfixed, traducción infiel del original en francés La durée poignardée y por lo tanto más bien La duración apuñalada) vino a recordarme que todo el arte es contemporáneo, que el arte de ayer dice otras cosas hoy y que el pasado fue un presente que anticipó un futuro, el futuro pasado que Reinhart Koselleck iluminó en la historia y en el arte. Porque si Magritte pintó La durée poignardée en 1938 para que el coleccionista Edward James la ubicara en el rellano de la escalera de su mansión londinense y «apuñalara» a sus invitados antes de subir al salón de baile, en la intemperie del siglo XXI la obra nos alcanza de otra manera. El encuentro fortuito de un reloj y una locomotora en la chimenea de un salón burgués es sin duda surreal, pero los círculos de idénticas dimensiones que los hermanan formalmente en el eje central de la escena invitan a leer otros encuentros. Juntos avanzan en la conquista mancomunada del espacio y la hora universal, emblema de la fe moderna en el progreso vertebrado por la técnica. Relojes y redes ferroviarias, como lo demostró Peter Galison, no sólo entraman la historia de los imperios que desde fines del siglo XIX se empeñaron en sincronizar con la hora de Greenwich los relojes de los lugares más remotos del planeta en campañas épicas de París a Washington, Valparaíso o Buenos Aires, sino también la historia si se quiere inversa de las investigaciones científicas de Henri Poincaré y el joven Einstein, que llevaron a postular la teoría de la relatividad, la anulación del tiempo absoluto y la inexistencia de un reloj maestro.1 El siglo XX consagró la técnica como adelantada de un futuro promisorio y las primeras vanguardias enaltecieron la belleza de las máquinas, pero en 1938, cuando Magritte quiere que La durée poignardée «apuñale» a los invitados del coleccionista, la mitología de la velocidad que sostiene el edificio moderno empieza a resquebrajarse. La locomotora, heroína de La bestia humana de Renoir filmada ese mismo año, se proyecta hacia el abismo de la Segunda Guerra Mundial, conjurado por la sobria simetría de la composición y la nube de vapor que dócilmente se escapa por la chimenea.