
Casablanca la bella
Fernando Vallejo
La lluvia cae sobre Casablanca iracunda, alucinada. Baja el agua por las canoas del techo al patio a trompicones, como llevada de la mano de mi señor Satanás. Quiebra tejas, moja pisos, forma charcos y los charcos lagos. Borbotea de la ira la maldita.
«Su ira explosiva es tan brillante, tan sonora, real, sincera, divertida a veces, cruel casi siempre, que su lectura es algo gozoso y tonificante». Pedro Almodóvar
«Fernando Vallejo es tímido, inteligente, cariñoso, humilde; y también es perturbador, revolucionario, deslenguado, insólito». Juan Cruz, El País
«Una de las voces más personales, controvertidas y exuberantes de la literatura actual en español». Jurado del Premio FIL de Literatura 2011
Primeras líneas:
Casablanca no es una ciudad, es una casa: blanca como su nombre lo indica, con puertas y ventanas de color café y una palmera en el centro de un antejardín verde verde. Y así ha sido siempre y así siempre será, incambiada, incambiable, como el loquito de arriba, el que dijo: «Yo soy el que soy». Yo también. Yo soy el que soy.
El penacho de la palmera va y viene al son del viento: de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, como una cabeza que dice «No», pero no; lo que quiere decir la palmera es «Sí» porque está contenta. ¡Si tu mujer fuera así! Yo gracias a Dios no he tenido ninguna: ni de niño, ni de joven, ni de viejo, ni de muerto. ¿Consecuentar yo mujeres? ¡Jamás! Mi desviada lujuria me salvó.
Pero no hablemos de mujeres que es tema insulso y volvamos al antejardín, en cuyo verde prado una mano sabia, antes de que yo naciera, entronizó en su centro la palmera. Es una palma real que a la fecha, habiendo enterrado a montones, sigue creciendo, como un niño, hacia arriba, hacia el cielo, hacia Dios. Desde lo más profundo del azul celeste, instalado entre el coro de angelitos que me acarician con su canto en las abullonadas nubes la estoy viendo allá abajo chiquitica, chiquitica… Así son las grandezas humanas vistas desde lo alto: poca cosa. Presidente no fui porque no quise. Papa tampoco porque no quiso Dios, que me tiene reservado para más altos designios. Y no me pregunten cuáles porque aún no sé, me mantiene en vilo. ¿Podrá haber dicha mayor para el cristiano que salir en silla gestatoria todo emperifollado, bajo palio, bendiciendo a diestra y siniestra a la multitud que lo aclama? Bendición para el Este, bendición para el Oeste, bendición para el Norte, bendición para el Sur… Y el que no comió hoy, que cante.