
Ficha técnica
Título: Carol | Autora: Patricia Highsmith | Traducción: Isabel Núñez y José Aguirre |
Editorial: Anagrama | Colección: Panorama de narrativas | Páginas: 320 | ISBN: 978-84-339-1146-9978-84-339-1146-9
978-84-339-6389 | Precio: 19,90 euros | Fecha: 2016 |
Carol
Patricia Highsmith
Claire Morgan, una autora desconocida y que eligió permanecer en el más absoluto anonimato, publicó en 1952 una novela, El precio de la sal, notablemente audaz para la época. Los críticos trataron el libro con una mezcla de desconcierto y respeto, pero el éxito de público fue inmediato, y se vendieron más de un millón de ejemplares de la edición de bolsillo. La novela no volvió a editarse, y ahora reaparece con el título Carol, que originalmente le había dado su autora, y firmada por ésta con su verdadero nombre.
Carol es una novela de amor entre mujeres -de ahí la decisión de Patricia Highsmith de publicarla bajo un seudónimo, para no ser clasificada como una «escritora lesbiana»-, que se lee con la misma fascinada atención que despiertan las novelas «policíacas» de su autora. Highsmith concibió Carol en 1948, cuando tenía veintisiete años y había terminado su primera novela, Extraños en un tren. Se encontraba sin dinero, y se empleó durante una temporada en la sección de juguetes de unos grandes almacenes. Un día, una elegante mujer rubia envuelta en visones entró a comprar una muñeca, dio un nombre y una dirección para que se la enviaran y se marchó. Patricia Highsmith se fue a casa y escribió de un tirón un primer borrador de Carol, que comienza precisamente con el encuentro entre Therese, una joven escenógrafa que trabaja accidentalmente como dependienta, y Carol, la elegante y sofisticada mujer, recientemente divorciada, que entra a comprar una muñeca para su hija y cambia para siempre el curso de la vida de la joven vendedora.
«Carol fue la primera novela de tema homosexual que no terminaba trágicamente, pero la fragilidad de la felicidad es un subtema que impregna las páginas del libro; para Patricia Highsmith, la idea de felicidad está indisolublemente unida a la de peligro. La única novela de amor de Patricia Highsmith es tan característica de su autora como El diario de Edith o Mar de fondo e igualmente estremecedora» (The Sunday Times).
PRÓLOGO
La inspiración para este libro me surgió a finales de 1948, cuando vivía en Nueva York. Había acabado de escribir Extraños en un tren, pero no se publicaría hasta fines de 1949. Se acercaban las navidades y yo estaba un tanto deprimida y bastante escasa de dinero, así que para ganar algo acepté un trabajo de dependienta en unos grandes almacenes de Manhattan, durante lo que se conoce como las aglomeraciones de Navidad, que duran más o menos un mes. Creo que aguanté dos semanas y media.
En los almacenes me asignaron a la sección de juguetes y concretamente al mostrador de muñecas. Había muchas clases de muñecas, caras y baratas, con pelo de verdad y pelo artificial, y el tamaño y la ropa eran importantísimos. Los niños, cuyas narices apenas alcanzaban el expositor de cristal del mostrador, se apretaban contra su madre, su padre o ambos, deslumbrados por el despliegue de flamantes muñecas nuevas que lloraban, abrían y cerraban los ojos y se tenían de pie y, por supuesto, les encantaban los vestiditos de repuesto. Aquello era una auténtica aglomeración y, desde las ocho y media de la mañana hasta el descanso del almuerzo, ni yo ni las cuatro o cinco jóvenes con las que trabajaba tras el largo mostrador teníamos un momento para sentarnos. Y a veces ni siquiera eso. Por la tarde era exactamente igual.
Una mañana, en aquel caos de ruido y compras apareció una mujer rubia con un abrigo de piel. Se acercó al mostrador de muñecas con una mirada de incertidumbre – ¿debía comprar una muñeca u otra cosa?- y creo recordar que se golpeaba la mano con un par de guantes, con aire ausente. Quizá me fijé en ella porque iba sola, o porque un abrigo de visón no era algo habitual, y porque era rubia y parecía irradiar luz. Con el mismo aire pensativo, compró una muñeca, una de las dos o tres que le enseñé, y yo apunté su nombre y dirección en el impreso porque la muñeca debía entregarse en una localidad cercana. Era una transacción rutinaria, la mujer pagó y se marchó. Pero yo me sentí extraña y mareada, casi a punto de desmayarme, y al mismo tiempo exaltada, como si hubiera tenido una visión.
Como de costumbre, después de trabajar me fui a mi apartamento, donde vivía sola. Aquella noche concebí una idea, una trama, una historia sobre la mujer rubia y elegante del abrigo de piel. Escribí unas ocho páginas a mano en mi cuaderno de notas de entonces.