Ficha técnica
Título: Borradores | Autor: Omer Bartov | Traducción: Fernanda Trías | Editorial: Malpaso | Páginas 256 | Formato: 14 x 21 cm | Encuadernación: Tapa dura | Precio: 18,50 euros | Fecha: febrero 2016 |
Borrados
Omer Bartov
Uno de los máximos expertos mundiales en el Holocausto, Omer Bartov, se enfrenta en Borrados al exterminio de su propia familia, en un puro viaje sebaldiano. El proyecto nació cuando Bartov, ya profesor de prestigio, comenzó a interrogar a su familia de Israel acerca de sus orígenes europeos.
Borrados explora uno de los capítulos más brutales de la historia del siglo XX: el doble genocidio que sufrieron los judíos de Ucrania. Primero aniquilados físicamente por los nazis y, después, borrados de la memoria por la acción de la Unión Soviética y la Ucrania independiente.
De esta masacre hubo quien se benefició política y económicamente. Los ecos de lo ocurrido llegan hasta hoy, son pequeñas claves que nos ayudan a interpretar el presente. Por suerte, no fueron borrados del todo: buscan a un lector atento que quiera escucharlos.
«Una historia perturbadora.» Philip Longworth, Times Literary Supplement
«Una mezcla de descripción y de comentario emocional.» Simon J. Rabinovitch, Haaretz
«Los judíos del Este de Galitzia fueron aniquilados dos veces: por los nazis, físicamente, y en la memoria por la Unión Soviética y la Ucrania independiente. El recorrido de Omer Bartov en busca de los restos de aquella civilización nos muestra como los judíos nunca fueron bienvenidos en aquella región, incluso cuando ya sólo eran parte de un pasado lejano.» David Engel, New York University
INTRODUCCIÓN
Este pequeño libro tiene profundas raíces autobiográficas. También se trata del primer y modesto fruto de un largo trayecto que comenzó hace muchos años y que aún no ha terminado. Si bien no habla de mí como autor, no puedo negar que me involucré en él más que en mis escritos históricos anteriores. Ésta es la historia del descubrimiento de lo que hubo, de lo que aún permanece y de lo que ha sido arrasado. Se trata de mi propio descubrimiento porque cuando comencé este viaje sabía muy poco. Otros, que sabían mucho más, ya no podían hablar o no querían contar o, en la mayoría de los casos, contaban sólo sus propias historias. Viajé hacia lo que era, para mí, un espacio en blanco del mapa. La empresa se asemejaba a las aventuras que había leído de niño sobre los grandes exploradores de siglos pasados, pero también se trataba de un viaje hacia un agujero negro que había engullido a civilizaciones enteras, también a miembros concretos de mi familia a quienes nunca llegué a conocer. Si aquellos antiguos exploradores acabaron transformando los espacios blancos de sus mapas en regiones sometidas a la explotación colonial, ese agujero negro aniquiló una mundo como si éste nunca hubiera existido.
Buena parte de mi infancia y de mi juventud transcurrió en un pequeño barrio del norte de Tel Aviv. El Israel de los años cincuenta era pobre y provinciano y estaba aislado del resto del mundo. En una colina cercana se erguían los restos de un pueblo palestino cuyos habitantes habían huido durante la guerra de 1948. Estaba poblado por refugiados judíos de África del Norte que habían sido expulsados de sus hogares por los regímenes árabes. Mi propio barrio pronto se pobló de judíos expulsados de Polonia tras la guerra por el régimen antisemita de Gomułka: en su mayoría eran sobrevivientes del Holocausto y sus hijos. El polaco se escuchaba en todas partes (en las tiendas de comestibles, en las peluquerías, en el banco y e la oficina de correos). En mi propia casa sólo se hablaba hebreo con los niños. Mi padre había nacido bajo el mandato británico sobre Palestina; mi madre dejó Polonia de niña en 1935. Pero el yidis siempre era una alternativa, ya sea porque ofrecía expresiones que al hebreo le faltaban o porque permitía a los adultos hablar de temas prohibidos delante de los niños. Y, como la familia de mi madre provenía de Galitzia, se hablaba también polaco, ucraniano y algo de ruso, todo mezclado en un sonido suave, extraño pero íntimamente familiar, que todavía resuena en mis oídos.